Por Grupo de Estudios en Antropología Crítica (GEAC)
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Ellas y ellos acaban de tornarse miembrxs de la Junta Departamental de Antropología de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, más conocida como Filo por sus frecuentadores. Luego de sucesivas asambleas y una intensa disputa de ideas y proyectos con las fuerzas políticas que tradicionalmente encarnaban el movimiento estudiantil de la carrera de antropo, un espacio político sugerentemente denominado Revocables puso en entredicho la lógica de la representación – tan cara, dicho sea de paso, para la disciplina antropológica y las estructuras democráticas de baja intensidad.
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Ellas y ellos acaban de tornarse miembrxs de la Junta Departamental de Antropología de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, más conocida como Filo por sus frecuentadores. Luego de sucesivas asambleas y una intensa disputa de ideas y proyectos con las fuerzas políticas que tradicionalmente encarnaban el movimiento estudiantil de la carrera de antropo, un espacio político sugerentemente denominado Revocables puso en entredicho la lógica de la representación – tan cara, dicho sea de paso, para la disciplina antropológica y las estructuras democráticas de baja intensidad. Ellas y ellos son estudiantes de grado con trayectorias políticas y sociales heterogéneas que terminaron confluyendo en los pasillos de Filo en torno a un malestar compartido: no veían sentido en una política institucional basada en la elección de representantes que, una vez instalados en los órganos de co-gobierno de la universidad, se convertían en delegados irrevocables de una presunta base devenida en sujeto pasivo de la política. Al “adaptacionismo” de las representaciones actuales, ellas y ellos oponen la “presentación de los cuerpos” y la generación de “procesos de intervención colectiva y subjetivación política que se nutran de la participación masiva de los estudiantes”.
Los volantes que Revocables hizo circular por los ambientes penumbrosos del edificio de la antigua fábrica de cigarrillos donde actualmente funciona Filo estampan los rostros de Marx y Foucault: dos emblemas de una política que desea desplegar la crítica de las instituciones de enseñanza a través de las categorías inmanentes a la experiencia cotidiana de los sujetos que las habitan. Tal política ya había hecho incursión en Filo en los noventa, algunos años antes de las sublevaciones populares del 2001 que suspendieron el arbitrio de las instituciones representativas del Estado y abrieron camino a la presentación de los cuerpos en distintos experimentos de autonomización del trabajo. Conociendo algo de la historia reciente de las luchas estudiantiles en Filo, es posible trazar algunos paralelos entre la propuesta de los Revocables de antropo y la política otrora reivindicada por organizaciones como El Bloke o Revocables de Filo, que hacían hincapié en cierto comunismo basado en el autogobierno de los estudiantes, la promoción de la revocabilidad de los cargos electivos y la democracia directa. Enraizado en estas prácticas de ejercicio del poder, El Bloke quiso politizar transversalmente la vida universitaria, promocionando no sólo demandas económicas – como el incremento presupuestario y la lucha por becas – sino también una disputa sobre la producción de subjetividades.
La reivindicación del espacio asambleario que Revocables retoma y actualiza no tiene nada que ver con los dogmatismos moralistas que preconizan unas formas de ejercicio del poder en detrimento de otras porque así lo exige la tradición. Para ellas y ellos las acciones decisivas que pueden transformar radicalmente nuestros espacios de vida solo adquieren potencia y efectividad cuando en su entorno se construyen consensos y compromisos colectivos sólidamente afianzados. Las asambleas son necesarias porque la política radical también lo es. En ellas las estructuras de poder son pensadas en su unicidad con las dinámicas de producción y enunciación del conocimiento, lo que habilita una crítica integral del cotidiano de la universidad. Esta crítica radical convive con la crítica-en-acto que representa la Materia de Epistemología, una iniciativa que ha contado con el apoyo o la participación en calidad de estudiantes de algunxs integrantes de Revocables. Dicha materia consiste en un verdadero experimento de auto-formación protagonizado por estudiantes y docentes en un ámbito como la Facultad de Filosofía y Letras, poco proclive a las experiencias horizontales y participativas de aprendizaje.
En nuestra incesante cartografía de las prácticas antropológicas disidentes, el encuentro con Revocables nos permitió conocer una estrategia de lucha que articula la reflexión sensible sobre los procesos de disciplinamiento con la activación de confluencias e intercambios colectivos capaces de extraerle al malestar vigente las fuerzas para su efectiva superación. Hace algunos meses nos reunimos con Paula, Luana y Matías, todxs integrantes de Revocables, para pasar juntxs la tarde y, mate de por medio, conspirar y co-inspirarnos. La charla se extendió hasta tarde y, a bien de la verdad, continúa hasta ahora. Es que trazar una cartografía no es hacer un mapa que representa los lugares en forma estática. La cartografía es un trayecto en el paisaje, ella acompaña el relieve, sigue sus cursos y se involucra con ellos. Encontrar a nuestrxs amigxs de Filo fue, entonces, una excusa para dejarnos afectar por el curso de acción que los moviliza y para exponerlos, de algún modo, a las intensidades que nos mueven actualmente. A partir de esta intervención, que es el registro de aquel primer encuentro, queremos darles a nuestrxs lectorxs la oportunidad de encontrarse, también ellxs, con los paisajes y las configuraciones colectivas que hoy en día habitamos.
La promesa de la antropología en Brasil y Argentina
La disciplina antropológica se institucionaliza en formas distintas en Brasil y Argentina. Puede decirse, sin embargo, que existen ciertas expectativas en común que conducen a lxs estudiantes de ambas nacionalidades a decidir estudiar antropología en la universidad. Tal elección no se inscribe, por supuesto, en los límites de las antropologías realmente existentes, sino más bien en una voluntad de involucrarse con el mundo y actualizar intuiciones políticas radicales desde nuevos horizontes intelectuales. Muchxs de nosotrxs, brasileñxs y argentinxs, ingresamos a la universidad con alguna experiencia previa de militancia, conociendo sus potencialidades y límites. En términos generales, elegimos cursar Ciencias Sociales o Antropología interesados en establecer un análisis crítico de la realidad; un análisis que resulte útil para las luchas del presente. No obstante, a lo largo del proceso de disciplinamiento, vamos olvidándonos de la promesa inicial que nos había animado a la hora de ingresar a la universidad. Se trata de un proceso paulatino que incluye la captura de nuestros deseos, de nuestro “sueño de una cosa”, al decir de Marx. Ya sea en el grado, en el caso de Argentina, o en el posgrado, en el caso de Brasil, hay un momento crucial en que tomamos contacto con la disciplina y su canon: cierta interpretación de los clásicos, cierta imposición de cuáles debates son viables o no y de cuáles son las categorías plausibles o válidas para emprender el análisis antropológico legítimo. “La academia va operando como una especie de recorte, de despojo, de alienación de uno mismo, de aquello que traemos como intenciones, avanzando sobre nuestro propio deseo”, evalúa Paula.
Cuando la rutina institucional empieza a dejar de hacer sentido y preguntamos “qué estoy haciendo acá”, emerge un malestar que puede desaguar en dos vías de procesamiento: una individual y la otra colectiva. El primer camino, quejumbroso y solitario, sale en búsqueda de las mejores condiciones posibles para adaptarse al establishment y no duda en recurrir a todo tipo de auto-ayuda académica para tratar de pasar indemne por el valle de lágrimas de la vida institucional. El segundo camino, pavimentado con todo aquello que en nosotrxs resiste, se rebela y sale al encuentro de lxs demás, tiene el poder de desestabilizar autoridades, jerarquías y estructuras aparentemente consolidadas. Esta vía, que no se propone amortiguar malestares, sino más bien provocarlos y politizarlos en forma tan creadora como efectiva, parece haber sido la que Revocables eligió recorrer.
Provocar el malestar, organizarlo y accionar
En Argentina el momento en que la antropología aparece como institucionalidad y como dispositivo de ordenamiento de la producción intelectual es el grado. En Brasil la antropología institucional disciplinaria produce sus efectos más palpables sobre las subjetividades académicas en el contexto del posgrado. Ante los ojos de los nuevos estudiantes que desean desarrollar sus intereses investigativos en la Universidad de Buenos Aires el funcionamiento del campo antropológico es como una “caja negra”, según Matías. “Nadie sabe muy bien qué es la antropología, qué hace o cómo se debe proceder para acceder al circuito donde uno puede empezar a percibir qué es al final la disciplina. Las salidas para esa necesidad de descubrimiento son sobretodo individuales. Tenés que descubrir por tu cuenta, si estás interesado en un área específica, a cuáles grupos o profesores tenés que acercarte; tenés que elaborar una especie de mapa de la carrera. Por ejemplo, ¿con quién es el rancho si querés trabajar con etnología indígena? No hay nada que sea completamente público o abierto. Sigue habiendo una ausencia de espacios abiertos que propongan otras metodologías colectivas”. Paula añade lo siguiente: “en ese compartimiento del saber, de las metodologías, de los marcos teóricos que son legitimados por la academia para hacer la antropología vos tenés que acomodarte. Si no te acomodás, tu camino también se empieza a dificultar”.
Muy pronto, quienes pretenden garantizar un espacio de posibilidad para seguir haciendo investigación son invitados a colaborar “ad honorem” con los equipos de cátedra y profesores. La dinámica de inserción institucional funciona mediante “una lógica de don y contra don” que, en la opinión de Paula, “es lo que estructura, en algún punto, las carreras académicas. Entonces si vos recibís algo, claramente vas a tener que devolver”.
En Filo prevalecen, por lo tanto, soluciones individuales para malestares ampliamente compartidos. Ello en detrimento de su canalización en el ámbito de espacios colectivos que puedan trastocar el estado actual de cosas. Revocables intenta hacer frente a esta tendencia proponiendo formas organizativas basadas en la auto-organización, el horizontalismo y la democracia directa asamblearia de cara a la transformación política de lo instituido. Al crear categorías para analizar el panorama político e institucional de la carrera de antropología de la UBA y al instaurar momentos en los que el malestar colectivo es politizado, la experiencia de Revocables entra en tensión con el status quo sostenido por la solidaridad entre grupos políticos tradicionales – “especialistas en representación” – y las camarillas profesorales.
A partir de desandar lo instituido en la universidad/sociedad, que incluye lo legal, legítimo y público, como lo “corrupto” y escondido, o sea, a partir de desnudar, Revocables denuncia y pretende darle un sentido al malestar; un sentido abierto a su construcción, sin recetas, pero necesariamente orientado a la praxis política. Esta propuesta toma forma en reuniones periódicas, abiertas, públicas, en donde se toman decisiones por consenso y los consejeros se constituyen en portavoces — y no representantes — del conjunto, siempre con el ojo puesto en la participación directa de los estudiantes como forma de intervención.
Es en el marco de dicha movilización que nuestrxs compañerxs procuran instalar el debate sobre la necesidad de una reconstrucción radical de las estructuras de saber, es decir, de una reforma curricular profunda. Las fuentes para pensar el cambio se remontan, en alguna medida, a la experiencia de la materia colectiva de epistemología.
Otra organización del conocimiento: la materia colectiva de epistemología
La enunciación legítima del conocimiento se organiza en la UBA por medio del sistema de cátedras. Una materia — por ejemplo, Antropología I — posee contenidos mínimos y es impartida por un equipo de docentes que conforman la cátedra. Siguiendo estos contenidos mínimos, diversos equipos pueden presentar sus propuestas para la materia en cuestión, pero solo uno de ellos es seleccionado para regir la cátedra. Quienes dirigen las cátedras – los “jefes de cátedra” – se encargan de planear la materia correspondiente, mientras que los demás miembros del equipo se limitan a dar las clases. Al respecto, Matías comenta que “se trata de una división del trabajo intelectual entre quienes ejecutan y quienes piensan cómo va a ser la materia (…) de acuerdo a sus inclinaciones políticas, epistemológicas y antropológicas”.
En el 2005 un conjunto de estudiantes y graduados que había impulsado un seminario de estudios basado en la auto-gestión del conocimiento decidió proponer una “cátedra paralela” de epistemología que se presentaba como alternativa a la cátedra principal. Lxs proponentes de la nueva materia no ambicionaban un mero cambio de perspectiva o de contenidos. Iban por más: “querían – según Paula – promover una cátedra paralela que no tuviera la estructura de una cátedra, que tuviera un formato distinto”. Con esta intención, convocaron a un proceso de elaboración colectiva del programa de la materia, sin distinción de claustros, que contó con compañerxs de diversas disciplinas. Una vez finalizado el programa, fue posible formalizarlo institucionalmente gracias al apoyo de un profesor titular solidario a la causa. Cuando todavía daba sus primeros pasos, la cátedra paralela enfrentó oposición de variados actores institucionales, algunos de ellos egresados de Filo que disputaban un lugar al sol en el aparato universitario. Paula comenta que estos sujetos reprochaban a los proponentes de la cátedra de epistemología el “querer entrar por la ventana” y ocupar ciertos cargos sin los sacrificios y la adulación que el ejercicio de tal privilegio demandaría. Los egresados de entonces son, hoy en día, profesores de la Facultad de Filosofía y Letras… ¡Si habrá trabajo para hacer! Pero por suerte, en Filo, ya pusieron manos a la obra.
Al pie de la letra
Para quienes quieran seguir al pie de la letra el flujo de la conspiración con Paula, Luana y Matías compartimos la transcripción de algunos momentos de nuestro diálogo.
GEAC: Revocables trata de politizar un malestar. Se podría hablar de dos expresiones del malestar en un espacio institucional como lo es la universidad. Una es la expresión individualizada del malestar, que es un sentimiento generalizado. Solo los que están muy convencidos de la plausibilidad de su lugar institucional no lo sienten. Pero después ustedes hablaban de generar el malestar, lo que consiste en otra forma de expresarlo. Cuando uno genera el malestar, como que lo está politizando, produciéndolo políticamente. Puede ser que haya un malestar latente, pero generarlo nos parece que es politizarlo, generar categorías para pensarlo y compartirlo. De alguna manera me parece que Revocables está esforzándose por generar este tipo de categorías. ¿Cuáles son los malestares que están politizando ustedes?
Paula: En la materia colectiva en que participo tengo contacto con una masa de estudiantes cada cuatrimestre que llegan un poco desorientados y te dan un panorama de cómo se está vivenciando y transitando la universidad hoy. Yo vengo utilizando esa categoría de generar el malestar porque me parece que también venimos de un proceso muy fuerte de normalización por los diez años de kirchnerismo. La universidad se ha “recuperado” porque más ingresos fluyeron a la universidad en el marco de una política que decía promover el desarrollo de la Ciencia y la Tecnología (CyT) aunque en sí misma es muy discutible. Generar el malestar es importante porque venimos de un proceso muy fuerte de normalización que claramente ha calado en la subjetividad de los estudiantes de antropología hoy. Vemos a los estudiantes compartir en Facebook “No al ajuste en CyT”, pero en general el malestar no está problematizado. Todo lo que pasó en la UBA este año, el conflicto por el recorte en educación y los planteos en torno a eso tienen un techo que es el tema del presupuesto. Hasta ahí llegamos…
Mi pasaje por la academia fue complicado, en los primeros años de la carrera, con mucho enojo, con mucho malestar respecto a qué es lo que tengo que aprender, por qué lo tengo que aprender, por qué me tienes que enseñar así, etc… hasta que di con esta experiencia de epistemología. Claramente esta materia es resultado de un malestar que encontró su canalización después de muchos años. En su momento recibió muchos estudiantes que estaban hartos de la forma cátedra, del formato clase, de las estructuras que organizaban la facultad, de las jerarquías que se reproducían al interior del aula y demás. Todo eso todavía ya no está tan presente, no está plasmado ahí tan claramente. No digo que no haya malestar, sin duda está fluyendo. Pero es cierto que a lo mejor se queda en lo individual, o no se sabe bien qué hacer, no se sabe por dónde canalizarlo y queda ahí. Después vas viendo cómo te acomodás… hasta que la situación explota y ese malestar se transforma en algo que tiene posibilidad de ser otra cosa.
El malestar es productivo en la medida en que pensamos hacer algo con ello. Y no en la medida que nos quedamos lamentándonos. Nosotros recibimos en la materia de Epistemología a los estudiantes con un discurso anticapitalista, anti estructura de cátedra, cuestionando el modo como se organiza el conocimiento en la facultad y demás. Y a los estudiantes les parece copado, pero de una forma un poco despolitizada. Se adaptan a lo que le pedimos hasta cierto punto y este adaptacionismo tiene su lado medio oscuro que tiene que ver con el proceso de normalización que venimos pasando. Donde se ha reconfigurado la representación política como la forma legítima de hacer las cosas en el Estado. El mensaje que queda del kirchnerismo es este “se puede hacer las cosas así”. Es como un logro, después de un 2001 que puso patas arriba el país. En ese sentido a la gente le gusta que alguien “haga las cosas bien”. Es un peligro que atraviesa a Revocables también y que tenemos que combatir día a día. “¡Mirá que copados que son, cómo lo hacen!”. Lo mismo en Epistemología. Y ahí se adaptan, que nos digan lo que tenemos que hacer, que tenemos que hacer la clase entre todos, etc. Cada vez viene menos gente. Y hace algunos años venía a la materia gente harta de la academia. Ahora eso no está… ahora vienen muchos academicistas.
GEAC: Otra categoría con la cual nos venimos manejando en el GEAC es la de extractivismo cognitivo. Evoca las situaciones en las cuales uno toma parte en determinados procesos colectivos, como solemos hacer los antropólogos cuando vamos a hacer trabajo de campo, para después funcionalizar los resultados de esta experiencia, los enunciados que ella nos permitió producir, de acuerdo a las categorías que circulan en una disciplina para, luego, volverlas vendibles en cierto sistema de intercambio intelectual. La idea de extractivismo cognitivo también podría aplicarse para leer esta situación donde surge un sujeto que está en buena medida conforme con las dinámicas que reproducen la institución antropológica en Filo, va a una materia disidente, pero de algún modo lo hace para potenciar su trayectoria academicista. Una suerte de aggiornamiento, una actualización: empaparse un poco de lo que dicen los críticos, respirar otro aire para, desde su propia trayectoria individual y “hermética”, procesar esa información y ponerla al servicio de un proyecto personal.
Paula: Otro de los aspectos de la interacción del público que llega a la materia de Epistemología es que muchos la ven como una suerte de auto-ayuda. En eso radica lo que digo de que el malestar se transforme en algo productivo y no se limite a ser una suerte de desahogo. Epistemología termina siendo un cuatrimestre de desahogo, de auto-ayuda, donde puedo charlar con mis compañeros, hablar y ser escuchado. En ese sentido, parece una suerte de muletilla para hacer cosas que son muy básicas. Cómo recién ahora, después de cinco años de formación, puedo hablar o escribir un trabajo donde puedo expresar mi punto de vista, sin que nadie lo esté evaluando o sin saber que eso va a tener una nota. Puedo plantear un desacuerdo con un autor que lo odio pero que no lo puedo manifestar. Eso los estudiantes lo dicen: aprovechemos la libertad que nos da esta materia, pero después volvemos a la vorágine, a la normalidad, porque eso es una suerte de válvula de escape de una estructura en la cual tenemos que seguir, en la cual nos tenemos que manejar. Entonces, respiro en Epistemología y me vuelvo a sumergir en este mar que es la academia. Pero es cada vez menos lo que se toma de Epistemología para ir a hacer algo de carácter similar en otras instancias. Hace tres o cuatro años hubo iniciativas más concretas, por ejemplo, la construcción de un grupo de autoformación sobre algún tema. Ahora es como una suerte más de paréntesis, de paraíso perdido en la facultad donde la gente viene, hace una experiencia distinta, copada, que tiene muchos elementos positivos, pero después no considera que se pueda hacer algo de carácter similar en otros espacios que habitan. Hubo algunos intentos, como los compañeros que fueron a proponer en una cátedra que se evaluara a los estudiantes de manera distinta, pero sufrieron un rechazo. Pero después, en general, es continuar haciendo tu camino. En el último tiempo, ha habido más financiamiento, más posibilidad de inserción y eso es lo que en algún punto a todos los mueve. La idea de que en los últimos años hay muchos más antropólogos trabajando en gestión, en el Estado, en la universidad. En general me parece que estamos muy condicionados por eso, por pensar una inserción rápida, a toda costa, sin considerar los medios para el fin. Lo que para mí es muy importante, o sea, el modo en que uno hace las cosas para, por ejemplo, laburar, venderle tu fuerza de trabajo al Estado, lo que fuere. Si para hacer eso tengo que cagar a tal o cual persona, yo no lo haría, pero esas son las dinámicas con las que se maneja la universidad hoy.
Matías: Yo respecto de eso veo dos procesos simultáneos. Por un lado, conformismo. Y, por otro lado, negación al debate en términos de disputa. En el caso del conformismo, en las clases hay una falta de intervención activa. Más bien las críticas o los resquemores, los malestares se dan por lo bajo, de la puerta para afuera. Nunca se plantean de manera explícita, aún en la materia de Epistemología. Por otro lado, la falta de intención de debate en términos de disputa. Se tiende al debatir entre los propios convencidos, los propios afines, entonces son debates insípidos. Surge una serie de líneas de diálogo, pero que en ningún momento se cruzan ni se superponen. Cada uno va cuidando la quintita propia, lo que implica no atacar a ninguna otra quintita, porque en tanto se mantiene ese equilibrio seguimos todos como está. Ahora va a haber una reconfiguración supuestamente importante de financiamiento por el nuevo período político, pero cada uno va a agarrarse más firmemente a lo que tiene. En este panorama, Revocables viene a plantear explícitamente y en términos duros una serie de cuestiones que no se están discutiendo: el carácter capitalista de la universidad, que todos lo damos por sobrentendido, pero nadie lo denuncia explícitamente. Menos que menos se preguntan sobre qué formas concretas adquiere la producción de conocimiento universitario académico en su forma capitalista. Sabemos que estamos en el capitalismo, que hay otros modos de producción suprimidos, pero nadie se pone a ver cuáles son las consecuencias de ello en términos de producción, en términos de vinculación con el Estado. Poner en discusión estas cuestiones, tanto en los espacios de base como en los materiales, obliga a otros espacios políticos a tener que posicionarse.
Falta terminar de trabajar con esa materia prima que traemos. Por lo menos, revisando las trayectorias por las cuales cada uno empezó a estudiar antropología, veo que sigue vigente esta tendencia: a quiénes nos acercamos a la universidad pública, gratuita, en las Ciencias Sociales o en la Antropología, más o menos Marx nos suena, como mínimo. Quizás desde una voluntad de ayudar al prójimo pero siempre con una inconformidad con lo que está sucediendo. Los espacios políticos no han podido en los últimos tiempos trabajar sobre eso que, como estábamos charlando, se va disciplinando en el transcurso de la carrera. Hay un momento en que pensamos: o la dejo o me pongo las pilas para terminar y, al menos, de todos estos años, sacar un título y conseguir un laburo más acomodado, mejor pago, menos precarizado y que tenga que ver con lo que estudié.
GEAC: Ustedes tratan de problematizar qué es la producción de conocimiento en el contexto de la sociedad de la mercancía, del capitalismo. También hablabas que muchas veces el contacto previo con la producción del pensamiento radical, fundamentalmente en el campo del marxismo, termina olvidado en algún momento de la trayectoria de disciplinamiento. En realidad, quizás bajemos el cartel durante algunos años, en los primeros momentos de nuestra formación, porque nos olvidamos de esta verdad básica: la universidad opera en reciprocidad con otras lógicas hegemónicas de producción e intercambio, ya sea de mercancía, ya sea de conocimiento. La universidad refleja dinámicas que están esparcidas en el campo social y que replican a su modo la lógica del capital. Pero ingresamos a la universidad y es como si en este espacio tales cosas no pasaran, porque allí circulan discursos radicales, hay afiches con consignas fuertes en los pasillos, hay profesores que a priori entendemos que son progresistas, de allí salió gente que hoy en día informa el debate radical a nivel nacional, etc. Pensamos que al ingresar a este espacio, ya el conflicto tiene que darse de otra manera, no como se da en una fábrica o en otras instituciones igual de jerárquicas que la universidad pero donde quizás el conflicto parece más evidente – como la escuela. Entonces, a lo largo de ese proceso nos olvidamos para qué sirve, por ejemplo, Marx. Lo reemplazamos por Lévi-Strauss o Frederic Barth. A lo largo del proceso de disciplinamiento, operamos una separación: entendemos que Marx se dirigiría más bien a los debates políticos convencionales, mientras que Lévi-Strauss, por ejemplo, es parte del conocimiento intelectual más formal, más legítimo. Y ambos no se mezclan. Pero Marx habla de algo mucho más básico que eso. Marx nos habla de una lógica del conflicto, de la inconsistencia, de la contradicción de ciertas instituciones y estructuras sociales. Nos invita a preguntar permanentemente sobre la inconsistencia de determinado sistema, donde circulan mercancías, donde se instalan ciertas posturas que son deseables para el sujeto productivo, etc. Quizás nos dejamos de preguntar durante algunos años sobre las inconsistencias del espacio universitario, por lo menos en los términos del marxismo.
Paula: Hay un presupuesto muy fuerte respecto al adentro y el afuera de la universidad, la universidad y la sociedad. Y el presupuesto es que dentro de la universidad se puede hacer muy poco. Entonces las luchas en general hay que darlas afuera, “en la sociedad”, que pareciera ser que deja por fuera la universidad y de la cual la universidad es un reflejo. En ese sentido, no se la piensa como un agente productor y reproductor de las lógicas del capital.
Matías: También es una manera de ir invisibilizando los conflictos que surgen y que están latentes dentro de la universidad, o de dejar de generarlos, no dejar que emerjan.
Paula: Incluso las organizaciones de izquierda que dicen haber llevado la lucha por la universidad pública este año, en general, lo que proponen es ir a dar la lucha afuera, acompañar a los obreros a la fábrica, etc. Por otro lado, en la universidad en general la lucha llega por la defensa más bien gremial de los docentes y los estudiantes siempre están muy pendientes de las reivindicaciones y luchas docentes. Hasta ciertos momentos en los cuales llegan situaciones donde no se ha podido mantener esta relación y ha explotado el conflicto. Pero en general siempre es en esa línea, de atender o estar muy atentos a las reivindicaciones docentes. Yo no digo que no sea así, pero no debería ser lo único. Está presente esta idea de que en la universidad se puede hacer muy poco y que es una suerte de nebulosa que ni siquiera se la piensa o se la problematiza como tal. Cuando uno se pone a ver, ve que la universidad como institución es extremadamente conservadora, tiene lógicas de funcionamiento casi feudales. La división por claustros, esos tres estamentos que organizan la distribución del poder y del saber en la universidad. La cátedra o el formato cátedra, lo cual es muy asimilable a la idea de feudo. O los docentes que trabajan ad honorem, por el honor… son formatos casi pre-capitalistas. Hay formas que prevalecen que son híper conservadoras, pero que en general no se las discute. Pedimos más cátedras paralelas, para aprender marxismo, por ejemplo. Pero no que se nos venga a explicar Marx porque tiene la posta. Hace algún tiempo eso se viene poniendo en cuestión, por lo menos desde algunos espacios, o sea, la necesidad de generar otras formas, otros dispositivos que nos permitan transitar esos espacios de modo distinto.
Luana: La existencia misma de Revocables discute con formas hegemónicas (y alienantes) de hacer política. A mí lo que me surge resaltar, en consonancia con ideas de la organización de la que formo parte (la Liga Socialista Revolucionaria), y la razón por la que busco formar o intervenir en espacios donde la convocatoria sea abierta y plural, y se promueva la participación directa, no tiene que ver con una concepción, hoy muy en boga, humanista, equitativa, de “inclusión”, que hasta podría ser moral, porque ante los ojos de Dios, o de la República, todos somos iguales. Tampoco con la pretensión de que esos pensamientos diversos se construyan un camino hacia la uniformidad. Y definitivamente, tampoco con una búsqueda filosófica del ser, de la desalienación por la desalienación misma. Todo lo anterior puede existir pero resulta accesorio, porque me parece importante pensarlo de un modo estratégico. El pensamiento único es y ha sido instrumento de dominación. Si uno identifica un enemigo, desde mi perspectiva, el capital y la clase que lo posee y su Estado, con todo lo que implica y constantemente genera material e ideológicamente esta estructura y entiende que nunca está a salvo de su dominación — desde Revocables podría identificarse más cercanamente la institución universidad, encarnada fuertemente en las personas que llevan a cabo su gestión, pero también en el transitorio “público pasivo”, o sea, en nosotros mismos — no hay forma de que pretendamos útil para los fines de una construcción liberadora sustituir una biblia por otra, por más revolucionaria que sea. Si realmente entendemos la magnitud y poderío del enemigo y pensamos como necesaria la transformación, creo que amerita preguntarse por los métodos de construcción y organización que nos damos, todo el tiempo, y pensar de dónde surgirá la creatividad revulsiva necesaria, si no es en un diálogo constante entre múltiples y diversas cabezas (y cuerpos, claro). Así, la democracia resulta de una necesidad, quizás, y no de una elección bonita y políticamente correcta. Luego está el tema de las bases que sustentan el objetivo de esa estrategia, pero eso ya es otra discusión.
GEAC: Ustedes hablan, en los materiales publicados por Revocables, de las jerarquías que estructuran la universidad según una división entre estudiantes y profesores y concluyen que mientras se dejen intactas esas jerarquías, difícilmente se pueda avanzar en la democratización de los espacios de participación. O sea, que no es suficiente igualar la participación en los claustros, hay que combatir también la jerarquización y la lógica de la representación, que al fin y al cabo son solidarias e incluso sostienen la estructura disciplinaria adentro de la universidad.
Paula: El problema de la democratización viene de hace muchísimo tiempo y en boca de todos. Todos levantan esa bandera. Lo que tratamos de producir ahí es dar la discusión de qué sería democratizar y en un sentido bien complejo. Cuando hablamos de democratizar, tiene que ser un proceso que ataque las estructuras de la universidad como existen hoy. Revocables destapó también este debate que las representaciones estudiantiles más conservadoras también han levantado pero nunca han tocado a fondo su sentido. Han levantado la bandera de generar una cierta paridad entre los claustros como un camino hacia una democratización más profunda que no se sabe bien cuál sería. Un discurso que tiene bastante peso en la facultad es esa idea de que la democratización como que empieza y termina en una suerte de equidad entre el número de representaciones que conforman un órgano de gobierno de la facultad. Lo que intentamos generar ahí fue la inquietud: ¿eso sería democratizar realmente un espacio? Cuando uno desglosa el problema, se da cuenta que no, en tanto el claustro continúa existiendo como estructura, como formato. La jerarquía que esa división también conlleva seguiría igual. La relación saber-poder también opera ahí y resulta determinante. Hay que pensar el problema en su complejidad, no como una cuestión estrictamente cuantitativa que no toque el fundamento de lo que hace la universidad hoy. En la medida que no se modifique el formato, la base, la estructura, es imposible hablar de una democratización. Otro elemento que introducimos ahí es la cuestión de la representatividad política: en la medida en que estamos separados de nuestra capacidad de decidir por nosotros mismos lo que queremos, ahí también hay un punto sobre qué sería democratizar.
Matías: El debate sobre la democratización hay que atarlo, vincularlo, con el debate sobre la reforma de los planes de estudio. No se trata de algo así como “bueno, por un lado se democratiza los órganos de cogobierno y por otro lado se democratiza la formación, el conocimiento que nos imparten en las cátedras”. No es posible avanzar en una cosa sin avanzar en la otra. No se podría avanzar en la reforma de un plan que recupere inquietudes y debates más actuales en el marco de una junta antidemocrática. La forma en la cual se estructuran nuestros contenidos y las formas de impartirlos en la universidad está en una vinculación de sentido y de correspondencia con cómo se estructuran los órganos de cogobierno en la producción de conocimiento. En ese sentido se intenta dar el debate. En el caso del plan de estudios es algo que toca la sensibilidad de los estudiantes. Poco sirve para avanzar en la democratización una reforma de plan de estudios que sea un cambio de nombres y contenidos, que fuera un maquillaje a una nueva reestructuración de lo mismo que ya tenemos, con otros nombres, pero con las mismas figuras. Con los mismos poderes y con las continuidades ya proyectadas.
Paula: No es sólo una cuestión de diversificar los contenidos y perspectivas, que claramente es necesario y que también da cuenta del modo en que funciona la universidad hoy, ya que hay ciertos contenidos que no se ven porque al jefe de cátedra no le gusta. Es un sesgo disciplinar muy fuerte que va de la mano con esta lógica del poder-saber. Entonces, se avanzó con la reforma del plan de estudios pero con criterios que no son los que algunos estudiantes tenemos ahora respecto de lo que es una reforma. Lo que tenemos hasta ahora de alguna manera es como un juego donde tenés que mover las piezas y cambiarlas de lugar, acomodarlas, pero todo se mantiene adentro del rectángulo. Es como generar algunos cambios pero sin modificar la estructura. En un debate reciente de la reforma del plan de estudios, otras posibilidades de organizar el conocimiento no aparecen directamente. Obviamente que eso demandaría una reforma muy profunda, pero ni siquiera está contemplada la posibilidad de por ejemplo espacios de taller, que sean formativos en otro sentido, que el conocimiento se organice de otro modo. No es sólo una cuestión de formarnos en “la última antropología”, no es sólo una cuestión de contenidos sino también de la forma en que aprendemos esos contenidos.
GEAC: Qué sería para ustedes una intervención radical en el plan de estudios en antropología, sin tener muy en cuenta las condicionantes que hoy están presentes en el campo de la lucha política. Les proponemos un ejercicio de imaginación…
Matías: Hoy por hoy lo que estructura la carrera de antropología es: Antropología sistemática I, II y III; Antropología Económica; Antropología política; Antropología Simbólica. Y a su vez, la división clásica de la antropología en esos tres campos coincide con las estructuras de saber-poder que hablábamos, con los tres equipos de cátedra más importantes de la carrera, con el mayor peso político. En el caso de Sistemática II es una cátedra muy fuerte cuyo jefe fue ex-decano de la facultad. Y en el caso de Antropología simbólica, su jefe es una figura muy fuerte en el campo de la investigación. Yo creo que en tanto estas tres instancias continúen manteniéndose y participando de esa forma, la reforma no es más que una reforma de nombres de las materias y es muy esperable la continuidad de las perspectivas, tanto de contenido como de dinámicas en el interior de cada cátedra. Y ese es un núcleo que no se cuestiona. Eso fue lo primero que se acordó, se decidió por consenso en una asamblea interclaustros.
Y como ejercicio de imaginación sería empezar por estallar esa división tripartita, esas tres materias que se organizan de esa manera. Sin duda sin atentar contra la condición de trabajador de cualquier docente, pero frente al compromiso de que si queremos modificar realmente el plan de estudios va a implicar movimientos de todos.
Paula: En su momento se intentó generar unas jornadas estudiantiles para discutir esa cuestión. Yo diría que una intervención que sea radical en el plan de estudios va más allá de los contenidos y no está atada al ya existente necesariamente. Lo que ha pasado hasta ahora es que la reforma del plan de estudios está atada a lo que ya existe y se ha pensado en el sentido de preservar lo que está. Y aquello que se ha quitado del plan de estudios me parece que ha pasado más bien por cuestiones de índole política. Una reforma integral tiene que pasar por las preguntas “¿qué antropólogos queremos formar?”, “¿en qué nos queremos formar?” y “¿cómo nos queremos formar?”. En ese sentido, en la Antropología no hay cátedras paralelas, que es una de las reivindicaciones re antañas del movimiento estudiantil.
Luana: No me es posible pensar en una reforma de contenidos sin pensar en las pugnas políticas que estructuran lo que hoy es nuestro plan, y sus pocos pero existentes aggiornamientos. A nivel general es muy notoria la falta de formación en metodologías, en escritura y en todo lo necesario para una formación orientada a la investigación. Esta formación, como comentaron antes, existe pero no forma parte de una currícula oficial y pública, sino que forma parte de un circuito de información de difícil acceso, en donde se hace más patente que la trayectoria académica es política. Conocer a la persona, el tema. A partir de tener en cuenta este entramado político de los círculos de afinidad que detentan poder en la universidad, y de las razones por las que existen tales materias y no otras, la idea de “saber-poder” se vuelve más compleja, y, si me permiten, perversa. En mi caso, cuando comencé a ver esta parte del juego, es que entendí lo que consideraba una cierta “anarquía” del plan. Esto puede sonar obvio, pero vale explicitarlo. El saber ya no es ser un gran especialista en un tema, sino que se relaciona más a una productividad de determinadas procedencia, características y ritmos. El capital simbólico excede absolutamente a lo disciplinar. Allí comienza a operar la competencia, de saber cómo moverse, y en ella sólo entran algunos, claro. Otro ejemplo, y sin desmerecer el trabajo, es la existencia de profesores ad-honorem. Según lo veo, es una deficiencia presupuestaria y una decisión política, pero también se realiza como tal por ser un escalón necesario en las carreras académicas. Ese trabajo gratuito luego es remunerado con pertenencia a algún círculo, en donde la carrera sigue… A la desidia de los gobiernos y las gestiones, se suma la aceptación de quienes pueden, seguramente con gran esfuerzo, realizar ese aporte “gratuito”. Resulta esto un filtro más que establece la institución, al igual que los requisitos explícitos de, por ejemplo, las becas. Como dijeron antes, o te adaptás, si tenés la posibilidad de hacerlo, o sos expulsado de una u otra manera del circuito, por no poder, o por no “saber”.
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