Por Érik Bordeleau y Samuel Mercier.
Traducción de Andrés Abril.
Érik Bordeleau es investigador en el SenseLab, un laboratorio para el pensamiento en movimiento con sede en Montreal, Canadá. Es autor de Foucault anonymat (Le Quartanier, 2012), libro que le valió el Premio Spirale-Éva-le-Grand en 2013, y de Comment sauver le commun du communisme ? (Le Quartanier, 2014), el cual ha sido traducido al español y aparecerá próximamente bajo el título de ¿Cómo salvar lo común del comunismo? (Edicions Bellaterra). Érik ha escrito profusamente sobre filosofía, cine y arte, y se ha interesado por la filosofía posheideggeriana y el giro especulativo en el pensamiento contemporáneo. Es miembro de varios colectivos, entre ellos Entrepreneurs du commun y Épopée, un grupo de acción en cine que ha realizado los films Rupture (2014) e Insurgence (2013) —sobre la huelga estudiantil en Québec—. Actualmente reside en Montreal.
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Esta entrevista fue realizada en 7 de agosto de 2015 por la revista Spirale a propósito de la publicación de Comment sauver le commun du communisme ?
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Entrevista
Spirale: En su obra, usted se interesa por el caso de China, y reconoce los excesos del maoísmo. Ese gran proyecto colectivo de revolución cultural acabó, en efecto, siendo un fracaso tanto en el plano de la historia como en el plano de las subjetividades. Al mismo tiempo, usted denuncia la voluntad liberal de aislar a los individuos. ¿Cómo propone reconciliar lo común y lo individual?
Érik Bordeleau: En línea con lo que he intentado desarrollar en Foucault anonymat, parto del problema de la privatización de las existencias, es decir, de cómo nuestras vidas se presentan, en el régimen neoliberal, como trayectorias de valorización sobreindividualizadas. Somos llevados constantemente a concebirnos como empresarios de sí, pequeños gestores de nuestro capital social, biológico, cultural, en competencia los unos con los otros. Nos enfrentamos, de hecho, con una paradoja: el semiocapitalismo, es decir, el sistema económico que opera en conexión directa con nuestros afectos, nuestros deseos y nuestras inclinaciones para hacer de ellos elementos de valorización y producción, tiende a disolver los lazos comunitarios al mismo tiempo que extrae su fuerza de las capturas que realiza sobre los procesos relacionales.
Henos aquí entonces, encerrados en una relación empobrecida y destructora con el mundo. En última instancia, es algo bastante banalque cada uno sienta de múltiples maneras; y sin embargo no siempre es fácil nombrar y hacer fondo común de esta evidencia sensible. Lo común está de luto, lo común se ha quedado corto: aparece como algo marginal y amenazado. Pero es preciso convencerse de ello, y estar colectivamente a la altura de lo que constituye el objeto de una ofensiva concertada, de una guerra abiertamente declarada.
Spirale: En el libro, usted propone poner de relieve un «comunismo de la resonancia». ¿Qué entiende por esta expresión?
ÉB: El comunismo ha sido contemplado históricamente como un proyecto de transformación radical del mundo, teniendo en su centro la producción de un hombre nuevo que hace tabla rasa de la subjetividad burguesa. Este voluntarismo revolucionario, lo sabemos bien, suponía entre otras cosas una fe ciega en el progreso y un compromiso militante basado en una concepción de la libertad como pura capacidad de desapego(détachement). El sujeto revolucionario producido de este modo se pretendía lo más impermeable posible respecto de los contextos en los que se movilizaba. Este encerrojamiento metafísico tiene la ventaja de producir un zócalo subjetivo estable para la acción. Sin embargo, esta autonomía radical reivindicada tiene también los aires de un desastre relacional programado.
El comunismo de la resonancia es una manera de poner el acento sobre aquello que se juega entre los seres, la propulsión afectiva generada por los encuentros felices, por los agenciamientos que nos hacen experimentar un aumento de nuestra potencia. Sabemos bien que esto no se puede dar por sentado: es valioso y requiere de cuidado.
Imagino que, de cierta forma, siempre hay algo de ese tipo que ha sido convocado por aquellos que se han dicho comunistas. El sentimiento de algo que se nos escapa y nos anima a la vez, el sentido de un ritmo o de un momentum que hace mundo, una especie de secreto de fabricación del ser-juntos mantenido en común, un secreto que anteriormente solía ser llamado «solidaridad». Pero al parecer el «ismo» del «comunismo» ha terminado haciendo una cortina de humo y ocultando ese en-común vibrátil. De ahí la idea de «salvarlo», o finalmente, de hacerlo resonar de otra manera.
Spirale: La cuestión política está presente a lo largo de todo el libro, pero siempre en una relación entre el poder y las subjetividades. ¿Piensa usted también en la aplicación política de este proyecto?
ÉB: La aplicación…siempre resulta raro ese tipo de preguntas. Tengo la impresión de haber hecho algo muy concreto en el libro, pero bueno, a veces pierdo de vista que escribo teoría, teoría imageada(imagée), ¡pero teoría al fin y al cabo! Mi ensayo está escrito desde una perspectiva muy precisa: en cuanto quebequense, nunca he conocido el «socialismo realmente existente» más que de lejos, como algo un poco irreal y bastante monstruoso. Evidentemente, no tengo simpatía alguna por las prácticas dictatoriales y el formateo agresivo de las subjetividades. Pero al embarcarme, en el marco de mi doctorado, en exploraciones sobre la relación del cinema chino independiente contemporáneo y la globalización, me vi forzado a reconocer el maoísmo y la importancia determinante del comunismo en el esfuerzo de modernización al que China se entregó durante el transcurso del siglo XX. Hay algo increíble en todo esto, esas extraordinarias movilizaciones en masa, ese deseo inquebrantable de hacer tabula rasa del pasado, concebido como una tara y una debilidad… es muy difícil hacer un balance de todo esto, y es por eso también que resulta tan fácil satanizarlo, como si esa formidable (y desastrosa) aventura humana solo fuera la encarnación de un mal absoluto, absoluto puesto que deshistorizado.
Pienso, por ejemplo, en el gobierno Harper[2], que en estos últimos años está llevando a cabo una política de nation-building y ha multiplicado el levantamiento de monumentos conmemorativos. El próximo, que es objeto de una viva contestación, es un monumento en honor a las víctimas del comunismo cerca de la colina parlamentaria en Ottawa. Para Harper, comunismo, nazismo, terrorismo, son una sola y la misma cosa: una amenaza para la libertad humana. Evidentemente, es una amalgama ridícula. Pero, aun así, su ofensiva le apuesta al hecho de que resulta difícil desligar los horrores comprobados del maoísmo o el estalinismo de la inflación moralista contemporánea y sus efectos de domesticación política.
Spirale: ¿Sería, en suma, un trabajo de la mirada que buscaría repensar nuestras relaciones con lo común?
ÉB: Sería un trabajo en al menos dos tiempos. La composición de este libro pretende hacer experimentar cierto tenor existencial, una experiencia sensible del ser-en-común. Es por ello que finaliza con una anécdota de un taller de filosofía para niños que relata, por así decirlo, un momento de gracia transindividual experimentado en el elemento del pensamiento. Sin embargo, el libro testimonia también una tentativa de empalme histórico al rastrear, a grandes rasgos, el despliegue del comunismo bajo su aspecto estético de producción del hombre nuevo.
Spirale: ¿No habría un lado terrible de lo común cuando desemboca en los movimientos de masa?
ÉB: No es de esa manera que se presentan las cosas. Lo común, a mi juicio, no tiene nada que ver con la idea de masa. La idea de común o de comunidad a la que hago referencia a lo largo del libro corresponde a una tentativa de nombrar lo que insiste entre los seres. Lo común, en ese sentido, no es, o no es solamente, algo que preexiste, como una historia común o una identidad compartida. Es algo que participa de un pluralismo ontológico, de un pluriverso, por decirlo con William James, una forma de comunicación transversal y constantemente renovada entre seres que difieren de forma activa.
Spirale: ¿Se refiere a una intersubjetividad?
ÉB:Técnicamente no. La intersubjetividad supone sujetos preformados que «después» entran en relación. Cuando seguimos esa vía, llegamos rápidamente a una concepción del espacio público y de la razón comunicacional que no sobrepasa el plano de la representación. Esta no es en absoluto la óptica en la que me inscribo. Me referiría aquí a la idea de amistad tal como la desarrolla Agamben, la cual implica una experiencia inmediata y por debajo del reconocimiento mutuo, en el corazón del anonimato: «La amistad es esta desubjetivación en el corazón mismo de la sensación más íntima de sí». Hay allí algo de alegre y misterioso a la vez, y es precisamente lo que exploro en el último capítulo del libro. La cuestión de la resonancia implica la posibilidad de una coindividuación, de una emergencia sensible, de algo que no estaría dado con anterioridad, sino que toma consistencia en la relación entre los seres. Es esto lo que Gilbert Simondon —un filósofo a quien Agamben aprecia mucho— denomina lo transindividual. Esto puede parecer abstracto, teniendo en cuenta que estamos más inclinados a pensar en términos de individuo que de individuación. Pero me parece que este concepto evoca una forma de inmediatez sensible que se corresponde más de cerca con nuestra experiencia del mundo que aquella propuesta por el modelo del reconocimiento social y de la intersubjetividad.
Spirale: Desde la crisis económica de 2008, asistimos al despertar de movimientos sociales alrededor del mundo. ¿Piensa que la falta de una comunidad es el origen de estos movimientos?
ÉB: Hay claramente una alegría que se manifiesta espontáneamente cada vez que los seres se juntan. Me gusta la imagen del egrégor que el Comité invisible reaviva en su último libro, A nuestros amigos. El médico Pierre Mabille, compañero de ruta del surrealismo, definió el término egrégor como un «grupo humano dotado de una personalidad diferente a la de los individuos que la forman». Experto en cosas palpables e impalpables, el doctor Mabille indica que «la condición indispensable, aunque insuficiente», para la emergencia de un egrégor, «reside en un potente caos emotivo», y que su síntesis necesita de «una acción energética intensa». ¡He aquí una bella pista para indagar sobre lo común sensible y los modos de formación de esos cuerpos colectivos que se han propagado por las cuatro esquinas del planeta!
Spirale: Usted habla de amistad, pero ¿qué hay de un conjunto más grande como la sociedad, por ejemplo? ¿Dónde comienza y dónde termina esta comunidad?
ÉB: Lo que me interesa en Comment sauver le commun du communisme ?no son tanto las formas de organización «comunitaria», sino reflexionar, tomando como punto de partida la tradición del pensamiento posheideggeriano de la comunidad (a partir de Agamben, Blanchot o incluso Nancy), sobre lo «que viene» que abre la comunidad a un afuera irreductible. No me planteo la cuestión de la organización política en sentido estricto. O, en últimas, digamos que me planteo un objetivo más modesto en el umbral de lo terapéutico y lo estético, allí donde advienen nuevas formas de politización. Digamos que me inscribo en una óptica bastante subrepresentacional y micropolítica (pero habrá que introducir aquí el concepto acuñado por Isabelle Stengers, mesopolítica, el cual complica hermosamente la situación).
Spirale: ¿Sería entonces un trabajo de comunidades más pequeñas?
ÉB: Las palabras «común» y «comunidad» tienden a introducir un malentendido del cual resulta difícil escapar. Tu anterior pregunta sobre la relación entre lo común y los movimientos de masa revela la misma dificultad. En Introducción a la guerra civil, Tiqqun explica cómo la comunidad no es una cuestión de escala, sino que más bien depende de clinámenes, inclinaciones y propensiones. En pocas palabras: «No hay comunidad sino en las relaciones singulares. No se da nunca la comunidad, se da comunidad que circula».
Pero estas precisiones no eliminan del todoel problema. Volviendo sobre su propia historia intelectual, Nancy explica por qué al final ha tenido que sustituirla palabra comunidad por «ser-juntos», «ser-en-común» y, finalmente, «ser-con». El término de comunidad tenía demasiadas referencias cristianas y religiosas, dice, y sobre todo demasiada «resonancia invenciblemente plena, incluso hinchada de sustancia e interioridad». En cambio, «el “con” es seco y neutro», es «casi indiscernible del “co-” de la comunidad, pero —punto fundamental— lleva consigo “un indicio más nítido de la distancia en el corazón de la proximidad”»[3]. Esta elucidación conceptual me parece determinante. En un espíritu similar, prefiero hablar de transindividualidad. La idea de experiencia transindividual, que participade una ontologíacompletamente distinta, permite desprenderse de los referentes históricos quela palabra comunidad comporta,y llegar directamente a la relación. Asimismo, la idea de transindividualidad sugiere una dimensión de apertura a la composición, al juego, a las técnicas y a la invención que me parece importante.
Spirale: ¿Pueden servir realmente estas relaciones transindividuales a la hora de pensar nuestros vínculos con la comunidad en un contexto en el que el liberalismo parece haber triunfado prácticamente en todas partes?
ÉB: Yo invertiría los términos de la pregunta. Desde la perspectiva de un comunismo de la resonancia, la relación transindividual es primero. La concepción de individuos predeterminados, separados y en competición entre sí es tomada generalmente como la verdad primera de la existencia, pero esto no es así. Concuerdo enteramente con Bernard Aspe cuando subraya que, en sentido estricto, «no hay individuos atomizados, sino consistencias transindividuales mutiladas»[4]. La cuestión de la organización que evocabas hace un instante se ve repentinamente transformada. Nuestra relación con la historia también. Quedapor hacer todo un trabajo de despeje (dégagement) teórico para afirmar este plano de lo común sensible y de la relación transindividual. Y desde allí desarrollar modos de existencia colectivos que no permitan que el tenor común o transindividual de nuestras experiencias sea capturado y reconducido por el Capital.
[1]La versión original puede ser consultada en http://magazine-spirale.com/article-dune-publication/entrevue-avec-erik-bordeleau-pour-une-conception-transindividuelle-de-la#_ftn1
[2]El gobierno de Stephen Harper, quien fue primer ministro de Canadá del 2006 al 2015, se caracterizaría por sus ideas y políticas conservadoras, muy cercanas, por cierto, a aquellas movilizadas en Estados Unidos por George W. Bush durante su mandato.
[3] Sobre este tema, ver Frédéric Neyrat, Le communisme existentiel de Jean-Luc Nancy, p.48-49.
[4] Bernard Aspe, Horizon inverse, p.37.
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