Carolina Castañeda es colombiana, antropóloga y compañera en la imaginación y la realización de antropologías de otra forma. Invitada por los estudiantes de la Universidad Javeriana (Bogotá) para reflexionar sobre el rol de la universidad en la Colombia “post-conflicto”, Carolina argumenta que una vez eliminada la excusa de la guerra, se abre la posibilidad de realizar novedosos análisis sobre la conflictividad social en su país. La actualización del concepto de clase y una atención especial a las nuevas configuraciones económicas y territoriales generadas por los desplazamientos masivos de población podrían originar aportes relevantes para la agenda teórico-política de los tiempos de paz.
* * *
¿Qué tiene por entregarle la universidad y la academia a la construcción de la paz en Colombia?
Carolina Castañeda V.
Agradezco a los estudiantes organizadores por la iniciativa que nos une y por hacernos pensar en común este asunto, esta es una manera de empezar esa construcción. Gracias también por invitación que me hacen.
Los organizadores de la jornada nos han transmitido la pregunta: ¿Qué tiene por entregarle la universidad y la academia a la construcción de la paz en Colombia? en el marco de la firma de acuerdos entre el gobierno nacional y las Farc. Me gustaría pues iniciar con algunas aclaraciones previas. Lo primero es que me siento incómoda hablando a nombre de la academia. No sé bien eso a qué refiere, pero presiento que en sí misma la academia se concibe como una institución cerrada sobre misma y segura de las verdades que enuncia. Así pues me limitaré a hablar desde la universidad y desde mi postura como intelectual, de intelectual comprometida. También, señalar que me siento extraña de hablar en y desde la universidad a los principales actores de ella, los estudiantes, y no contar con algunos de ellos como expositores. Espero que sea así en próximas oportunidades.
Para entrar en el tema me gustaría problematizar este momento y el hecho de la firma definitiva de los acuerdos de paz entre el gobierno y las Farc como un momento de quiebre. Al menos creo oportuno matizar o aplazar esta lectura hasta pasado un tiempo prudente en que logremos ver el cambio. No obstante, creo que es un hecho importante que puede trascender en la medida en que no permitamos que la firma sella un acuerdo de dos partes y que nosotros tenemos poco o nada que ver, o que solo somos sus beneficiarios. Tampoco creo que merezca la pena considerarlo un hecho menor porque “aún hay actores movilizados por armas” o “porque no hemos solucionado las causas originales que le dieron inicio”. Creo que todas esas apreciaciones corresponden a formas difusas de evasión de nuestra posibilidad de hacer historia. Dicho esto, sí creo necesario apostar por que logremos consolidar este proceso como una inflexión. Una inflexión que no pretenda, busque, desee o lea desde una idea de paz total que inmovilice cualquier posibilidad. Menos aún como el deseo de eliminar el conflicto o ver borrada la conflictividad y con ella la historia. Haciendo esta salvedad creo que la universidad y los intelectuales tenemos asuntos bien concretos que asumir para hacer de este un momento histórico.
La primera razón, y tal vez, la más urgente para “hacerle el juego” a los acuerdos es la posibilidad epistemológica de pensarnos sin enemigos internos absolutos en los cuales proyectar y desaparecer las conflictividades, por la posibilidad de erradicar al enemigo. Deshacernos de la idea de guerra como principio articulador puede ser la oportunidad de rescatar un conjunto complejo de preguntas que hemos aplazado, ignorado o dejado de lado por, aparentemente, atender las afujías de la guerra o la contemporaneidad. Es decir, aprovechar la idea de que salimos de la guerra para posicionar una agenda que finalmente descentre la guerra como excusa. Aunque desee que la paz entre comillas traiga consigo la justicia social, de momento me parece más urgente delinear dónde y de qué maneras hemos estado, en estos últimos 20 0 30 años, tejiendo los complejos dispositivos de desigualdad y asimetría que hoy habitamos. ¿De qué manera han quedado garantizados, cómo se reproducen, cómo son posibles ahora que no tendremos de excusa la guerra? En concreto, creo que no debemos agotar nuestra energía buscando las causas o los orígenes primigenios de la guerra y enseguida pedir que sean solucionados. Lo que creo que es la guerra vista como un periodo de tiempo no suspendió la historia. O sea que al finalizar la “guerra” no vamos a encontrar el estado de cosas que la iniciaron, incluso es bien probable que no encontremos vivos a los actores que le dieron inicio. Pienso, entonces, estas preguntas como las acompañantes de una pregunta más oportuna, para mí, nuestra historia del presente como la llamaría Foucault y la retomaría como proyecto de intervención político-teórico Stuart Hall.
Así propongo que aprovechemos la ilusión de fin del conflicto para actualizar y cartografiar las conflictividades y contradicciones emergentes, actualizadas y novedosas que nos interpelan hoy. Abandonar la idea de guerra es permitir que esas conflictividades sean visibles y abordables. No permitir que sean clausuradas por inabordables a causa de la violencia. Creo que como universidad tenemos la responsabilidad de insistir en que si bien hay sedimentaciones no hay continuidades. El extractivismo de hoy no es el origen de la guerra, ni es el mismo extractivismo colonial. Es nuestro presente.
Al contrario, ahora, en este tiempo ideal de la no guerra podemos detenernos a pensar de forma actual qué sería pensar la clase, cómo pensarla en el siglo XXI en un país que no se industrializó, que tiene un régimen de contratación laboral basado en la venta de servicios y que le apuesta únicamente a la economía extractiva. En este sentido lo que tendría por entregar la universidad al país es la conformación de formas concretas, locales, heterogéneas y contemporáneas de pensar las asimetrías de clase y la forma en que ellas se constituyen. Debemos pues estar en capacidad, ahora que el país no esté en guerra de recorrerlo para conocerlo y estar en capacidad de generar conocimientos que atiendan a lo concreto local desde la rigurosidad y el saber acumulado.
Por ejemplo, creo que de forma concreta la carrera de antropología de la universidad Javeriana, que por fortuna continúa apostando por la producción de conocimiento desde los estudiantes, en forma de trabajo de grado, debe impulsar en los estudiantes trabajos de campos no bogotano-céntricos. Imagino un horizonte similar para otros departamentos de la facultad. Confío en que en un país sin guerra los estudiantes y sus familias no teman el encuentro con colombianos de otras regiones, en esas otras regiones.
Las cosas así, espero que podamos contar con etnografías, análisis sociológicos, recuentos históricos y análisis culturales desde la crítica literaria o los Estudios Culturales de asuntos como las economías locales basadas en los préstamos gota a gota. De la redistribución de la propiedad de la tierra. O las solidaridades de las empresas “unipersonales” locales. O de las formas auto-gestionadas de inclusión de los desplazados en las ciudades invadiendo, construyendo y generando formas de ingreso y auto empleo. Como agentes y no como víctimas. Ansió que ahora, por fin, pongamos en la agenda la necesidad de acercamientos antropológicos y sociológicos de las formas en que se vive la precariedad socioeconómica en un país con complicados flujos y superposiciones de conflicto-desplazamiento-negociación-posconflicto que nos han obligados a aplazar y banalizar ese tipo de pregunta.
En últimas, tendríamos que preguntarnos por las configuraciones de clase que se sucedieron mientras le hacíamos el juego a la guerra. Deberíamos estar describiendo cómo se hacen a posibilidades reales, creativas, difíciles y miserables de existencia de buena parte de los colombianos. Sería la oportunidad entonces de rescatar el pensamiento crítico y posicionado para diversas formas de intelectualidad ahora que no tendremos al imaginario enemigo “mamerto” armado. Creo que aún carecemos de respuestas antropológicas al respecto del ¿cómo es la configuración de clase en una sociedad de venta de servicios y economías informales? ¿qué implican estas supervivencias de clase? Solo repuestas informadas con conocimientos coherentes concretos y locales sobre la heterogeneidad podrán dar luces sobre la pertinencia de soluciones momentáneas como los burguésmente temidos subsidios y reposicionar los temas “anexos” de la economía extractiva como su real generación de rentas y sus usos.
Esto me permite pasar a un segundo amplio tema que sigue urgido de atención, donde creo ninguno de los departamentos de la facultad podrá dar la espalda. ¿Cómo evadir la maniquea traba de pensar desde binarismos polarizantes? No sé si es urgente seguir pensando en términos polarizados y absolutos donde hay unos no nombrados pero que podemos abarcar como colombianos y otros que podemos llamar farc-ianos, paracos, víctimas, familiar de víctima, tombo, soldado. Porque si uno piensa el fascismo no como una política de estado dirigida por un pequeño grupo, sino como la ideología que convocó los compromisos y solidaridades de muchos, entonces estoy abrumada ante las múltiples de formas de alterización marcada y negativa que nos acostumbramos a producir y legitimar por “estar en guerra”. No creo que la historia se repita tal cual, así que más que pensar en fascismos me preocupan las crecientes formas de “derechización” que combinamos en nuestros sentidos comunes. Así pues la pregunta por las múltiples, complejas, taimadas o explícitas formas de derechización debe ser examinada. Creo que aquí caben desde los lamentos por la pérdida de los valores, pasando por la impensada posibilidad de enviar a los hijos al sistema público de educación hasta las maneras explícitas de racismo con que recientemente se leen las reformas de la constitución de 1991.
Así pues la actualización de las lecturas sobre las asimetrías actuales desde la clase o la ideología son apenas dos entradas para poner en claro que las exclusiones no han cesado y que si bien algunas tuvieron asidero en enfrentamientos concretos no agotaron allí su existencia. Que las conflictividades no quedarán zanjadas es una realidad, que contribuyamos a su perpetuación en la producción de representaciones y alteridades es otro asunto. El principal objetivo del pensamiento crítico, creo, es ser su propio y voraz crítico. Si bien es urgente que no se produzcan, por ejemplo, más expulsiones de campesinos de sus tierras, es igualmente urgente no contribuir con la producción de victimizaciones. No pretendo evadir las preguntas legítimas de verdad de personas y organizaciones, pero en vez de elegir posiciones prefiero, en este caso, la historia a la memoria. Me explico, no hablo de las memorias múltiples que se anidan de múltiples formas. Me preocupa la producción de una única memoria que resulte pública en tanto está aparentemente investida de “justicia” y “verdad”. Pienso en aquella reflexión de J. Alexander sobre la moral social del holocausto, construida mediante toda una serie de dramáticas memorias convertidas en dramas a través de fuertes ejercicios de dramaturgia.
De los tira y afloje de las producciones de la violentología nos quedó entre otras la certeza de que teníamos complicados problemas para delimitar los ejércitos en disputa y a pesar de nuestras extensas dudas sobre cómo funcionó y funciona el paramilitarismo, hoy sabemos que no podemos condensar todas las culpas en un único actor. Los ejercicios morales de volcar nuestra frustración a un malo arquetípico y nuestra bondad hacia una víctima absoluta no coinciden con los hechos y, al contrario, nos harán mantener la idea de guerra. Las certezas de la polaridad que nos ofrece el pensamiento binario de la guerra se hace añicos en lo concreto. Si debemos pensar en un momento de no guerra sabiendo que los conflictos no desaparecerán propongo entonces que consideremos la opción de continuar la “guerra” por otros medios, pero también cambiar los términos de esa guerra. Cuando pienso en la perpetuación, pienso en que no me gusta este estado de cosas. No pienso en un deseo de paz, no sé qué es la paz o si la deseo. Pero el cambio involucra más cosas que el abandono de la confrontación violenta armada. Creo que con guerra o con paz, la selección de poblaciones por dejar morir y hacer morir continuará. Por tanto nos urge continuar la guerra por otros medios. Nos urge crear nuevas posiciones para subjetivarnos más allá de la víctima, el victimario o el ser moral de la posguerra.
Si nos dejamos atrapar por la idea de la víctima y potenciamos su victimización sin reconocernos vulnerables en términos de Butler, estaremos despolitizando las contradicciones del presente. Resumiendo, considero, por una parte, que debemos atender a responder por esa historia(s) del presente no sólo mediante la genealogía foucaultiana, sino desde la obligatoriedad de mapear esta coyuntura, como diría Hall. Y, por otra, abordar la urgencia de generar nuevas posiciones de sujeto para activar la política, esto es revivir el llamado de Borda para generar conocimiento desde la práxis. Pienso en las agendas que intelectuales abordan en la actualidad como la comunalización de Zibechi, la ecología de saberes de Souza Santos o la cosmopolítica de Escobar, por ejemplo.
Estos análisis, considero deben abandonar el estado-centrismo. Por ejemplo, me preocupa más que haya personas dispuestas a nombrarse a sí mismas mestizas con la urgencia de diferenciarse de negros e indígenas, que las trabas en el proceso legislativo. En ese mismo orden creo que nos urge desjudicializar los análisis. Los problemas de las víctimas no se agotan en la Ley de Víctimas. Las ciencias sociales tenemos cosas qué preguntar diferentes a la efectividad y eficacia de la ley. Nuestro campo de pensamiento debe ser lo concreto, no la justicia transicional, la ley de víctimas, la ley de justicia y paz o la reforma legislativa de los partidos políticos. Ninguno de estos es un asunto menor, ni más faltaba, solo creo que no podemos volcar nuestras observaciones a las producciones jurídicas. Tenemos unas especificidades formativas que nos permiten poner otros temas en la agenda. Máxime cuando estos temas ya están siendo trabajados desde diversos sectores sociales. Es decir, no pretendo que les demos la espalda, pretendo que no caigamos en la seducción de fetiche que posee la ley en Colombia y la denuncia fácil. Sugiero que habitemos el difícil lugar del pensar alternativo.
0 comments on “Colombia: universidad en tiempos de “paz””