Por Laura Langa Martínez
La apuesta de quien escribe es por una antropología que sienta, que acompañe en la cotidianidad y camine con las luchas sociales y las resistencias. Es apostar por el hacer-pensar-sentir-actuar-luchar. Pudiendo ser la antropología un cuestionamiento que permita contribuir con el pensamiento e imaginario de esas luchas. Una antropología al servicio público, es decir esa tan deseada Antropología de Orientación Pública.
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APERTURAS
Escribo gritando. Gritando escribo
Catherine Walsh (2017:17)
El espacio de la guerra tiende a parecernos como si fuera de otro mundo. Una tranquilidad ciega e inquietante que nos permite vivir en un país repleto de fosas, donde yacen miles de cuerpos buscados, olvidados, amados o perdidos. Una quietud extraña que nos permite escuchar y narrar relatos de cadenas interminables de asesinatos, matanzas o desidias contados como nefastas pesadillas.
¿Qué imaginarios hemos elaborado para poder estructurar nuestras relaciones de cotidianidad? ¿cómo vivir con el dolor de un pasado que se vuelve presente si es que alguna vez dejó de serlo?
Frustración, indignación, dolor, ira y horror. Acumulamos en el sentir y a menudo no gritamos. Silencios cómplices. Pero un día todo comienza a desbordarse y colapsar. Y entonces gritamos. En el Cementerio Universal de Medellín el pasado mes de junio se procedió a la apertura de una de esas fosas. Y casi un año antes, paseando por las calles de esta misma ciudad, un encuentro fortuito con una vecina me introdujo en el horror de esos relatos, en esas pesadillas que se vuelven cotidianas. De alguna forma cada palabra, cada elección metodológica, cada opción descartada recogida a continuación es un modo de gritar.
Un grito que es una apuesta por imaginar una manera de hacer antropología que busca convocar y provocar a los y las lectoras. Puesto que los gritos no son sólo reacciones o expresiones de temor, miedo o susto, “son también mecanismos, estrategias y acciones de lucha, rebeldía, resistencia, desobediencia, insurgencia, ruptura y transgresión ante la condición impuesta de silenciamiento, ante los intentos de silenciar y ante los silencios – impuestos y estratégicos – acumulados” (Walsh 2017: 25).
¡ Gritemos !
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Emprendo a continuación, un intento por abordar los efectos de la violencia, entrelazando y urdiendo en las reflexiones encarnadas en esas dos experiencias vividas. A partir de ahí se divide el presente texto en dos partes: Entre los intersticios de la vida: memorias fugitivas y Proliferación de imágenes de muerte, narrativas corporales. En el primero recogeré fragmentos del relato de la violencia no domesticados y seguramente algo novelados por mi propia memoria y en el segundo nos adentraremos en lo acústico, lo táctil o lo corpóreo de las exhumaciones.
Estas reflexiones encarnadas, asentadas en la etnografía, entendida como teoría vivida (Peirano 2008) tratarán de abrir el debate para aportar algunas respuestas a ¿cómo actuar ante el dolor del “otro”? y ¿cómo pensar y ejercer la antropología hoy?
La apuesta de quien escribe es por una antropología que sienta, que acompañe en la cotidianidad y camine con las luchas sociales y las resistencias. Es apostar por el hacer-pensar-sentir-actuar-luchar (Walsh 2017:12). Pudiendo ser la antropología un cuestionamiento que permita contribuir con el pensamiento e imaginario de esas luchas. Una antropología al servicio público, es decir esa tan deseada Antropología de Orientación Pública[1].
¡ No dejemos de gritar !
I
Entre los intersticios de la vida, memorias fugitivas
¿Escucharon?
Es el sonido de su mundo derrumbándose…
El del nuestro resurgiendo.
Subcomandante Marcos (Diciembre 2012)
El poder inscribe su marca, la muerte late cerca. Narrativas locales, “memorias fugitivas” incapaces de ir más allá del ámbito privado para romper con el miedo social y confrontar la expansión de lógicas violentas (Ruiz 2014:15) en las que el sufrimiento parece ser el único bien compartido (Gatti 2017).
Notas del Diario de campo
Junio 2016 Medellín
Cae el aguacero, el agua comienza a correr cuesta abajo. Son apenas las cinco de la tarde. Nos resguardamos en un portal. En frente, justo cruzando la calle, una mujer de unos cuarenta años, o quizás más, está sentada en un taburete azul de plástico a su lado otra mujer más joven […]. Quien me acompaña las conoce, crucemos me dice. Corremos algo torpes y nos resguardamos con ellas bajo el pequeño soportal. […].
[…] tras los saludos y las presentaciones. La conversación informal dio paso a los frecuentes tópicos con los que cómo extranjera en Medellín debía de encontrarme. […] No recuerdo muy bien cómo ni qué paso para que la conversación fluyera hacia otros lugares. Sin darme cuenta estábamos hablando de la búsqueda del cuerpo de su marido asesinado[…]. El tono de voz no cambió en ninguna de las presentes en la escena […].
Recuerdo que seguía lloviendo y que enmudecí. La mujer siguió narrándonos cómo tres días después se habían acercado unos hombres para decirle que el cuerpo de su marido lo habían arrojado a la Escombrera. Ella había ido pero no había encontrado nada por allí. […] No había vuelto a buscarlo.
Escuché atentamente y ahora en el momento de escribir apenas recuerdo lo que hablamos. Sólo sé que acababa de escuchar, de compartir […] esas vidas que aparecían en la prensa, en la televisión o en los relatos de los otros. Pero esta vez no era un dato, no era una descripción escabrosa de un hecho violento… era el relato de alguien con rostro, con nombre, era su narrativa, su forma de contarnos el dolor y su ausencia, del cual poco o nada yo sabía.
Fue un encuentro fortuito el que estos párrafos del cuaderno de campo recogen pero que resignificaron la manera en la que con el tiempo ya desde la investigación trataría de conocer cómo las personas dan el sentido a lo que les sucedió y sucede. No importaron los hechos mismos, apenas los recuerdo ahora, tan sólo imprecisiones, silencios o vagos recuerdos, pero sí su interpretación y las tramas simbólicas y emocionales que se tejieron a partir de ellos y que son parte del origen de las reflexiones aquí recogidas.
Era junio de 2016. Más de diez años antes la antropóloga Elsa Blair (2014) señalaba que para el caso colombiano la saturación de la muerte había devenido en una incapacidad para representar lo que le sucede, un vacío de significados y además en una forma de indiferencia ante la muerte. A grandes rasgos es lo que sucedió en ese encuentro con las vecinas. Pero habría que ir matizando.
La conversación sucedió en la esfera de la cotidianidad, bajo un techado, en el hueco de la casa. Un espacio que se tornó íntimo en la interacción pero a la vista de quien pasase caminando, como inicialmente lo fui yo. El encuentro obedeció a lógicas de vecindad y cercanía. Y por tanto “proximidad” y “distancia”. Había un conocimiento previo, “mucha biografía compartida y acumulada en la memoria de la interacción” (Castillejo 2016:132) por parte de tres de las cuatro presentes. Conocían lo sucedido, sabían de la muerte y del posible lugar donde el cuerpo ya sin vida había sido arrojado.
Las palabras fluyeron junto con la capacidad de la vecina para representar lo que le sucedió y sucede. Contó los hechos, manifestó su dolor por el asesinato de su marido y demandó sus deseos de encontrarlo para darle una sepultura digna.
Se dice que el silencio es el testimonio más difícil de articular. No fue una conversación en la que las palabras de una pisoteasen las de las otras, hubo silencios, yo guardé silencio. Fue todo fugaz, breve, desconcertante. Pero las palabras y especialmente los gestos corporales fueron protagonistas y acompañaron cada palabra del relato, cada palabra de “consuelo”, cada palabra informal. No hubo indiferencia a pesar de la lejanía de los hechos, no hubo indiferencia a pesar de la impunidad y las dificultades por fracturar el orden establecido. No hubo indiferencia a pesar de sentir que no podemos hacer nada. La inmovilidad en la acción no fue indiferencia. Sino que fue “la dignidad de señalar la pérdida y el coraje de reclamar el lugar de devastación” (Ortega 2008:18).
La Escombrera es un lugar sucio, lleno de desperdicios, basura… lleno de malos olores donde la enfermedad circula libremente. Y es una de las mayores fosas urbanas de todo Colombia. Los datos son confusos sobre la cantidad de cuerpos enterrados, arrojados o depositados. El marido de nuestra vecina es uno más. Cuerpos y figuras sin rostro. Es el “otro”. Y es quizás en esa construcción del “otro” como víctima donde reside la indiferencia ante la muerte de la que nos hablaba Elsa Blair.
Notas del Diario de campo
Junio 2016 Medellín
Cuando entramos en un lugar cerrado, resguardados del aguacero que poco a poco comenzaba a parar, le pregunté a quien me acompañaba en ese momento sí conocía el relato que nos acababa de contar la mujer y si conocía a su marido. Con un solo ¡sí! y sorprendido por mi pregunta me contestó. […].
Era su vecina, su amiga, su conocida, ¿cómo no lo iba a conocer? […] La muerte late cerca.
“La víctima, ya no está fuera, está dentro. Sufre, pero no es el otro” (Gatti 2017:8). Sigue en el epicentro del discurso de los medios y en la política del país, pero también está presente en el porche de enfrente.
Comenzaba este escrito provocando un grito, pero también quisiera provocar a la escucha pues hay “que pensar en cómo describir con pudor y dignidad los actos que han degradado y humillado a miles de personas, porque [se] habrá podido entrever que las narraciones del otro, con sus silencios, sus huecos y sus vacíos, irrumpen también en la conciencia ética de quien los escucha” (Aranguren 2008: 21).
Las narrativas locales, esas “memorias fugitivas” incapaces de ir más allá del ámbito de la intimidad, de vecindad, no pueden gritar solas si no hay nadie dispuesto a escuchar. No pueden gritar y ser escuchadas si siguen siendo vistas como el “otro” o la “otra” a la que le sucedió la violencia. Lo decible, lo indecible, lo audible y lo inaudible entran constantemente en confrontación. Y más cuando el trato a todas las víctimas no será igual.
Siguiendo los trabajos de Fassin, la razón humanitaria despierta una sentimentalización de las relaciones políticas, pero solamente de aquellas que logran ser representadas como merecedoras en el espacio público, más allá del porche de la vecina, más allá de los límites del barrio. Los sentimientos hacia las víctimas pueden ser creados y recreaos por los intereses del propio Estado. Y más cuando los muertos se han convertido realmente en bienes, en una red transnacional de prestigio (Anstett 2017:48).
II
Proliferación de imágenes de muerte, narrativas corporales[2]
“Las exhumaciones, más que un sepelio, son una celebración.
Estamos celebrando la memoria viva de todas las mujeres y hombres
generosos que en este país enviaron su fuego hasta el final;
ellas y ellos nos siguen ayudando a no perder el rumbo,
a no aceptar lo inaceptable, a no resignarnos nunca,
y nunca bajarnos del caballito lindo de la dignidad
Galeano (2007:12)
Cuando se escribe con palabras lo vivido hay un equilibrio complejo entre la intimidad y la cercanía que busca el relato y la lejanía que éste produce. Al igual que cuando se asiste a una exhumación implica sentir la intimidad de las víctimas y a la vez un distanciamiento con lo que allí sucede.
En junio de 2017, casi un año después de la conversación con la vecina, asistí a la exhumación judicializada de 12 cuerpos en el Cementerio Universal de Medellín, en la que pude presenciar por primera vez el discurso del giro forense en acción. Ésta otra búsqueda de cuerpos, repleta de lógicas y retóricas forenses, convivió en una misma experiencia con lo que sucedió el último día a tan sólo unos pocos metros de distancia. Uno de los sepultureros F. [3], comenzó a cavar un agujero en medio de una de las laderas. Otro de los sepultureros J. se acercó a mí y me preguntó: “¿quiere ver una exhumación de verdad?”. Su preocupación residía en que la pulcritud del procedimiento forense y la lejanía obligada por el precinto judicial me estaban impidiendo conocer las texturas de una verdadera exhumación–la que ellos iban a realizar por procedimiento administrativo[4]-.
Es decir, tenía ante mí en el mismo espacio-tiempo, dos procesos de exhumación algo discordantes. Todos los cuerpos (12+1) pertenecían a víctimas de la violencia pero iban a ser desenterrados con métodos y técnicas distintos: la judicial a través de un equipo forense (dos antropólogas forenses, un fotógrafo especializado, un médico forense, varias odontólogas y diversos técnicos del equipo, acompañadas por el Fiscal de Antioquia) y la administrativa a través del equipo del cementerio configurado por tres sepultureros bajo la mirada de uno de los guardias armado siempre con su fusil. Además los fines eran claramente divergentes, la judicial formaba parte del mandato de encontrar a todos y todas las desaparecidas de la guerra, comunicado #62 de los Acuerdos de La Habana. Y más concretamente como parte del Plan Cementerio. Los cuerpos desenterrados serán tratados como evidencias forenses y judiciales. Mientras que la exhumación administrativa, cumple con los protocolos del cementerio, ya se hizo “justicia”, el victimario está en prisión.
Notas del Diario de campo
Junio 2016 Medellín
Exhumación judicializada llevada a cabo por elequipo del Cuerpo Técnico de Investigación, CTI, acompañado de investigadores/as de la Dirección de Justicia Transicional de la Fiscalía
Son las 8:15, llueve. [….] La zona donde ayer, domingo, apenas había una carpa blanca bajo el rótulo “Medellín, Subsecretaria Defensoría del Espacio Público” y que se encontraba totalmente acordonada con cinta amarilla impidiendo el paso a varios metros de distancia, está hoy repleta de gente. En la cinta se lee “peligro, no pasar” ¿peligro para quién?. Cuento alrededor de 10 personas, casi todas ellas provistas con el traje de plástico blanco característico, que les cubre por completo su ropa […] un mono que tiene una gran carga iconizante: no son personas son “expertos” trabajando. [….]
[….] El giro forense en acción. Prohibición del paso, incluso al propio personal de cementerio. Todas/os con sus trajes blancos como si de un laboratorio al aire libre se tratase. [….] El fotógrafo retrata cada instante. Se mueven lentamente [….] La sensación que despierta verlo desde la frontera de la cinta es la de asistir a un espectáculo de fría crueldad. Tecnificado, profesionalizado, aséptico y hermético.
Notas del Diario de campo
Junio 2016 Medellín
Exhumación administrativa llevada a cabo por los sepultureros del Cementerio
[…] El estado del cuerpo preocupa a los tres sepultureros. Antes de comenzar no se sabe nunca cómo va a estar el cadáver, cuál será el estado de su descomposición. La incertidumbre está presente, no saben a qué se van a enfrentar una vez salga el cuerpo a la luz […] Me comentan que lo que más duro es cuando el cadáver se momifica. Es cómo un vivo.
[…] han dado con el cuerpo. Comienza a excavar más despacio, paladas más cortas y algo más precisas […] sacan restos de lo que parece ser la mortaja con la que estaba envuelto el cuerpo […] los primeros huesos aparecen, J. los deposita en la bolsa que sostiene F. […] silencio […] cierta tensión y murmullos, han encontrado casi intacto el cuerpo de la mujer de cintura para arriba, está momificada […] El guardia de seguridad se aparta con su fusil, su rostro ha cambiado por completo, de la aparente risa inicial a los ojos borrosos por las lágrimas, se va de la escena. […] J. levanta el cadáver momificado, se le rompe y se le cae sobre sus pies dentro de la tumba. […] la hija llora con más fuerza […]
Entre la inmensidad de detalles posibles, en todos los planos y dimensiones, estos dos fragmentos del cuaderno de campo muestran cómo ya fuese desde la pulcritud y el cientificismo o desde el dolor y el llanto, las emociones fueron las que desbordaron ambas exhumaciones. Y en ambas el obstinado silencio se quebró cuando los huesos, los restos, los cuerpos aparecieron.
El cuerpo es una narración, nos habla por sí mismo, nos trasmite sus historias. “El rostro es como el pliegue de una querida prenda. Sus surcos delinean la historia interminable de quien lo ha usado”. (Castillejo 2016:84). Son sedimento de memoria, pues es a través de ellos que podemos “reevaluar o reescribir el pasado, y crear o recuperar “memoria” (Verdery 1999).
12 cuerpos + 1 fueron desenterrados en esos días. Huesos y fragmentos. Evidencias científicas que permitirán desde su lectura (re) humanizar la materialidad del hueso para recuperar su nombre, su rostro, su historia, su vida. Ya que la exhumación no es solamente un procedimiento forense en el cual se desentierran restos, es el instante que permite generar narrativas de lo que pasó para interpelar a la impunidad. Es “descifrar las huellas de la muerte anónima” (Huffschmin 2015:195) poniendo en movimiento proceso políticos, judiciales, científicos, simbólicos, emocionales y conmemorativos entre otros, como se ha venido señalando desde la antropología (Robben 2005, Sanford 2003, Wagner 2008, Ferrándiz 2014, Anstett y Dreyfus 2012, Ferrándiz y Robben 2015)
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Muy brevemente se han traído a colación dos viñetas etnográficas que fueron resignificadas a partir de dos comentarios fortuitos, en dos instantes informales. Son experiencias vividas diferentes y similares, puesto que ambas se encuentran alrededor de la muerte y ambas ponen en evidencia “la ficción según la cual la guerra se da en los márgenes de ‘nuestra cultura’, otro eufemismo” (Castillejo 2016:233).
Ambas nos obligan a continuar gritando.
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Una apuesta por una Antropología que sienta y grite.
¿Cómo actuar ante el dolor del “otro”? ¿Cómo pensar y ejercer una antropología hoy en Colombia?
Frustración, rabia, dolor, odio, cariño o ira. Todas sensaciones, entre otras, que corporalizamos desde la experiencia de la cotidianidad etnográfica. ¿Las emociones quedan relegadas sólo a los familiares o las amistades? La Academia nos habla de ese supuesto “objetivismo” de aplicar una aséptica metodología, una ignorancia tecnocrática, manteniendo la distancia prudente con la gente. Pero, ¿se puede? o mejor dicho ¿debemos de hacerlo?
En el silencio de la exhumación llevada a cabo por los sepultureros, el llanto de la hija trasgredió toda quietud. Los recuerdos dieron paso al sufrimiento. Los golpes de la pala no pasaron desapercibidos. Las lágrimas brotaban y se deslizaban por las mejillas de la joven. Las heridas quedaron exhibidas. A su lado no supe qué hacer. Nadie nos enseñó en la Universidad “a ver el abismo a los ojos” (Castillejo 2016:6), a mirar de frente al dolor. La penetración del sufrimiento colectivo corrió como la tinta en el papel al caer una gota de agua. Nos abrazamos. Siguió llorando. Intercambiamos fragmentos de narraciones incipientes, palabras de “consuelo”.
En la otra exhumación no hubo familiares sólo profesionales trabajando. No hubo gritos, ni llantos que se escuchasen. Largos silencios y conversaciones con su cometido y quehacer. La distancia física, por la cinta de prohibido el paso, y simbólica, claramente era un intrusa en la escena puesto que no era parte del equipo de trabajo, me impidió estar cerca de saber si hubo conversaciones que buscasen entre ellos y ellas el desasosiego o el consuelo.
En la conversación con la vecina, las palabras fluyeron, de las presentaciones iniciales, a la comida y de esta a la muerte y el dolor. Casi con el mismo tono, con la misma angustia, con el mismo desconsuelo hablamos de la vida y la muerte. Fue todo fugaz, breve, desconcertante. En este caso, tampoco hubo abrazos, no hubo palabras de “consuelo”, tan sólo palabras informales en la puerta de su casa que rápidamente se desvanecieron.
¿Cómo preguntar, mirar, escuchar o escribir notas en la entelequia del diario de campo? ¿Cómo aprender a ser evitadas, ignoradas o a tener toda la atención y ser recibidas familiarmente? En definitiva ¿cómo construir confianza? o ¿cómo relacionarnos entre nosotras?
A pié de fosa o en la acera de una casa, se hace éticamente discutible el sustraer declaraciones, en momentos de shock o de dolor. La gente necesita apoyo, un abrazo o no, no sabemos lo que necesita pero seguramente no la grabadora de una antropóloga, o sí. El hecho aquí depende de cual sea la finalidad de esa grabadora. Y la, aunque muy trillada, empatía con la que se colocó. En el quehacer etnográfico nos encontramos con testimonios impactantes fruto del momento, que deberán de ser analizados de manera situada, y que requerirán por nuestra parte de una comprensión menos tecnificada y más pasional. Puesto que por lo general, en estos espacios como investigadoras solemos sufrir con decoro, el arte del disimulo de las emociones se hace presente, evitamos el llanto o quizás lloramos por dentro. Pero ¿qué pasa con ese dolor? ¿sólo sustraemos información y nos vamos?
En el contexto colombiano, la llegada de los Acuerdos de Paz de La Habana han sonado a bombo y platillo, interrumpiendo abruptamente y de manera simbólica en la forma de interpretar la violencia y la paz.
Éticamente resulta incluso deplorable cuestionar la paz, pero aprovechando la posición privilegiada que nos da la investigación podemos (re)cuestionar muchas de las premisas que parecen intocables y que están forjando formas “nuevas” de vivir el duelo, la reconciliación o el perdón, entre otros, en el terreno de lo público. Así como empujando a un cambio en las narrativas construidas alrededor de las víctimas, la guerra o el Estado.
La categoría “paz” no deja de ser otro ejercicio de nombrar lo caótico, en definitiva un ejercicio de poder, que tiende a quedar configurada por tensiones de poder definidas por el orden del discurso dominante.
Por ello, como antropólogas, el primer cuestionamiento debiera ser entonces qué es la paz, algo deseado por todas/os pero también algo desconocido, un “concepto incierto: ni como parte de una teología social, ni como matriz de sentido”. (Castillejo 2016:110) o más aún ¿qué tipo de paz? ¿paz para qué guerra? ¿es válida cualquier paz? ¿cuáles son los sacrificios? ¿cuáles es el límite de lo moralmente soportable? Rumores sin contrastar se expanden junto con los discursos mesiánicos de la estabilidad y el orden. Pero, ¿cuáles son los imaginarios, las lógicas y las acciones que se encuentran tras las narrativas de paz? ¿Cuál es la paz que desea la vecina?
¿Estando a su favor podemos cuestionarnos la paz? Como ciudadana, me posiciono, no quiero una paz que de algún modo permita dar sentido a la fracturación en el orden social que oculta el despojo y las causas “reales” de la guerra. ¿Y cómo antropólogas? también debiéramos de posicionarnos y ejercer una disciplina al servicio público que sintiendo y gritando permita desmontar el discurso político moralizado en referencia a iniciativas mediáticas, dramatizadas y de generosidad escasa. A esa caridad de masas. A esa impunidad de los de siempre. A ese monstruo carroñero ansioso de seguir aumentando su poder.
La antropología tiene la facultad – como otras muchas ciencias — de mostrar las contradicciones de la sociedad, nuestras propias contradicciones, de reflexionar sobre cuestiones ético-políticas y sobre todo de cuestionar los relatos hegemónicos, esas supuestas verdades consagradas e intocables, para adentrarse en las memorias de los sucesos que permanecen reconocibles en los territorios que habitamos y en nuestros propios cuerpos.
Y es en ese adentrar, en el que la facultad de sentir por parte de la antropología debe tornarse real.
Las dos viñetas etnográficas, nos permiten sentir. Y así el dolor, la rabia, la ira, la frustración… podrán perdurar también en quien investiga, y aunque con el paso del tiempo podamos ir olvidando, almacenando los sentimientos en libros en la estantería o en artículos virtuales perdidos en la inmensidad de la red. Esos sentimientos persistirán en nosotras. Puesto que quizás no dejar de sentir sea en sí mismo un acto de conciencia crítica, un acto en el que las científicas volvamos a ser sujetos políticos poniendo en valor las emociones mismas.
Las emociones estarán presentes para seguir gritando.
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La dignidad no se estudia, se vive
o se muere en el pecho y enseña a caminar.
La dignidad es esa patria internacional que,
muchas veces, olvidamos.
Subcomandante Marcos
Hacia una antropología imaginaria que grita, es una propuesta para tratar de pasar “de la indignación a la reflexión”[5]y de esta a la “imaginación”. Para lo que se hace necesario construir una antropología comprometida socialmente, tejiendo entre la etnografía y las “metodologías colaborativas que recuperen el valor de las emociones y las implicaciones de los científicos como sujetos políticos” (Robledo 2016: 33).
Aquí hay una convicción política con cada palabra, con cada grito. Decía Rosana Guber que asumió que la experiencia directa y la afectividad eran las herramientas que lejos de empañar su análisis esclarecían la dinámica cultural de la cual era testigo (2004: 175).
Entonces convirtamos la investigación en un acto de conciencia crítica, basada en la etnografía y en las emociones, donde los sentimientos persistirán siempre en el fondo de quien escribe, pero siempre presente para cuando sea necesario pedirles que transiten a nuestra piel y junto a los recuerdos podamos seguir interpelando a la crueldad e incluso desarmando el orden de impunidad existente desde las palabras que enunciamos. Y aunque con el tiempo poco a poco enmudezcan también serán capaces de gritar.
¡Gritemos!
BIBLIOGRAFIA
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http://www.pontourbe.revues.or/1980.
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[1]En referencia a mis estudios de Maestría en la Universidad Autónoma de Madrid (España)
[2]Una versión más extendida, contextualizada del cementerio y teórica de este apartado está pendiente de publicación. Bajo el título “De cementerios, paradojas y cuerpos perdidos. Exhumaciones en el Cementerio Universal de Medellín”.
[3] Dada la investigación no es posible ni pertinente “deslocalizar” al lector o lectora (Castillejo 2016) del lugar donde ocurrieron las exhumaciones, si bien en un intento por mantener el anonimato de las personas que trabajan allí se ha optado por ocultar la mayoría de los nombres utilizando para ello iniciales aleatorias. De igual modo antes de ser publicado este texto se ha tratado de socializar con todos/as sus protagonistas, buscando conocer su opinión y su aprobación.
[4]La normativa estipula un máximo de 4 años para cuerpos adultos enterrados en el Cementerio. Transcurrido ese tiempo los restos podrán ser recogidos por sus familiares, inhumados, trasladados a una fosa común y otros posibles escenarios.
[5]Subtítulo del Foro convocado por el Consejo Mexicano de Ciencias Sociales sobre “La tragedia de Ayotzinapa” (<http://www.comecso.com/>).
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