Si, efectivamente, matamos la antropología como tal – como disciplina –, también tenemos que acabar con todos sus resortes, tal vez incluso con la promesa del encuentro con el otro. Tal vez tendríamos que decir que no hay otres. Y si no hay otres, ¿qué podría hacer la antropología? O sea, ¿qué se tiene que volver la antropología para que sea otra cosa: una política, digamos? ¿Qué nos queda después que abandonamos el relato del encuentro con el otro?
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Transcribimos, a continuación, las intervenciones realizadas en la segunda parte del encuentro entre Revocables, la Materia Colectiva de Epistemología, los estudiantes de la UBA y el GEAC. Para leer lo que se dijo en la primera parte de la actividad, hacé clic aquí.
En esta etapa del conversatorio, lxs participantes reflexionamos sobre la especificidad de la institucionalización de la disciplina antropológica en Argentina, y especialmente en la UBA. Uno de los mecanismos institucionales diagnosticados en esa rápida y aguda cartografía de la antropología institucional puanense fue el “aplazamiento de la promesa antropológica”. ¿En qué consiste este mecanismo? Consiste, podríamos decir, en un conjunto de procedimientos institucionales que aleja a los estudiantes de grado de la posibilidad de practicar un trabajo de campo auténtico durante buena parte de su larga trayectoria de formación. En los pasillos de Puán solo unas pocas personas dominan legítimamente el “arte” del trabajo de campo y, por consiguiente, las herramientas adecuadas para tener un “anthropological blues”. Es decir que un grupo restringido de docentes y egresados está incumbido de la tarea de enunciar (y profesar) las condiciones, las posibilidades y el sentido de lo que sería el verdadero encuentro “antropológico” con “los otros”. Sin embargo, aquel día, en el aula 356, quedó claro que el encuentro con los demás no tiene, necesariamente, que ser disciplinado. El encuentro con los demás prescinde de categorías que determinen a priori su sentido y su utilidad. Caso contrario, dejaría de ser “encuentro” para convertirse en una mera práctica de “extractivismo cognitivo” condicionada por agendas reflexivas prefabricadas. Negar el monopolio de los enunciados sobre qué es y para qué sirve el trabajo de campo pasa por reivindicarlo, primordialmente, como un lugar de encuentro. Cualquier encuentro – incluso el “encuentro etnográfico” – puede ser como aquel conversatorio en el aula 356: un lugar desde el cual, gracias al hecho de habernos encontrado con lxs demás, es posible pensar no ya lo que somos, sino más bien lo que podemos llegar a ser ahora que estamos juntxs.
Cartografiando la carrera de Antropo: la promesa aplazada.
GEAC: Si hay algo rescatable de la antropología es la promesa del encuentro con los demás. La antropología puede ser la excusa para arrojarnos a situaciones que son muy singulares. Y si uno se niega a responder a las necesidades de reproducción de la disciplina, puede hacer mucho en las situaciones singulares con las que se involucra. Estos momentos son casi irrepetibles y cargados de sentidos para las personas implicadas en ellos, principalmente si se está desplegando ahí una política. Podemos acompañar intuiciones políticas muy potentes en estas situaciones si somos capaces de rechazar la necesidad de funcionalizarlas en favor de la disciplina. ¿Qué tipo de condiciones impone el establecimiento antropológico acá en Argentina a las prácticas investigativas que ustedes desarrollan? ¿Hay paralelos con el caso de Brasil? ¿Qué imperativos disciplinarios, tensiones y singularidades hay acá?
Participantes:
# Me parece muy similar en muchos aspectos. Me surge también una duda sobre si es posible, efectivamente, redimir la promesa de la antropología. Efectivamente la promesa de la antropología – del encuentro con el otro – es parte fundamental de este dispositivo: es la utopía que permite el disciplinamiento. Una promesa que en parte se está cumpliendo y en parte no. Hay algo muy característico de esta facultad, sobretodo en la carrera de antropología, que es la “crisis de mitad de carrera”, que tiene que ver con este momento en que la gente se empieza a preguntar si efectivamente se va a cumplir esta promesa, que viene muy cargada de frustraciones y termina con gente que se va de la carrera porque siente que no se va a cumplir o gente que, en mayor o menor medida, se resigna a que la promesa no era tan así. Por otro lado, hay un aparente cumplimiento de la promesa en los términos que nos plantea la disciplina. El modelo de Malinowski que profesan los profesores siempre vuelve: “yo estuve ahí, lo vi… y luego lo van a hacer ustedes cuando terminen ese proceso horrible de la carrera”. Pero me queda esa duda… si, efectivamente, matamos la antropología como tal – como disciplina –, también tenemos que acabar con todos sus resortes, tal vez incluso con la promesa del encuentro con el otro. Tal vez tendríamos que decir que no hay otres. Y si no hay otres, ¿qué podría hacer la antropología? O sea, ¿qué se tiene que volver la antropología para que sea otra cosa: una política, digamos? ¿Qué nos queda después que abandonamos el relato del encuentro con el otro?
Revocables: En el caso de los que estamos acá, nuestra formación es de grado. Entonces esa promesa de la antropología, en general, suele ser muy aplazada. Uno desde las primeras materias recibe los “tips” de esta promesa, luego lee a los clásicos. Pero, efectivamente, las instancias en que se habilita tener un acercamiento con el otro, a lo largo de nuestra formación, son muy acotadas. Esa es una primera singularidad respecto de la formación que tenemos acá, que es muy criticada y es algo así como una deuda histórica que es el problema del trabajo de campo. Las experiencias de investigación son muy pequeñas, son apenas ensayos, ejercicios medio burdos de “encuentro con el otro”. Un “como si”, un simulacro de trabajo de campo que sólo vas a desarrollar cuando estés en condiciones. Aún así, las condiciones reales de investigación sólo son accesibles en el marco de equipos de investigación que habilitan un financiamiento para tal fin. Entonces esas experiencias son muy restringidas. En general, no todos los estudiantes cuentan con esas posibilidades. Además, esos equipos de investigación están insertos en el sistema de investigación y no en el marco de la carrera. O sea, la carrera no tiene una política en donde este tipo de práctica se promueva. Es una primera cuestión para pensar la especificidad de nuestro caso.
GEAC: Puede ser que esta estructura de la postergación del encuentro, de la posibilidad de investigar y de hacer trabajo de campo, sea un dispositivo distinto. El dispositivo de la “promesa aplazada” es una singularidad de acá y provoca un conflicto político específico en relación a esta estructura institucional. A este dispositivo y a ese conflicto correspondería, tal vez, otro tipo de pregunta o de provocación política. ¿Qué pasaría si, por ejemplo, pensáramos en no postergar la promesa, sino que buscáramos realizarla ahora – sin la mediación disciplinaria o institucional? ¿Qué resultaría del intento de hacer teoría o análisis a partir de ese encuentro, sin tener que esperar por la autorización del título, por ejemplo? El encuentro con los demás ocurre todo el tiempo, en la universidad, en las calles, en nuestro barrio, en el subte. La disciplina reivindica una exclusividad y una mediación de ese encuentro, pero eso no es necesario en definitiva. La actitud atrevida sería – en el caso de ustedes – no postergar más la promesa y decir “voy a practicar la investigación ahora” o “voy a pensar desde el encuentro con los demás ya mismo”. Entonces, nos parece que ese dispositivo o esa estructura que posterga el encuentro – o que dice que la promesa es irrealizable para quienes no terminaron todavía la carrera – es una característica de la institucionalización de la disciplina antropológica acá en Argentina. Si hay espacios exclusivos donde ese encuentro con los demás es legítimo y puede ser pensado y otros espacios donde ese pensamiento del encuentro no es legítimo, entonces estamos ante una lógica singular que estructura el disciplinamiento de la antropología en la Argentina. O sea, el acto de aplazar el encuentro es institucionalmente producido. No es natural. Es funcional, es útil – desde el punto de vista de la preservación de los espacios de privilegio disciplinar – mantener un contingente importante de antropólogos en proceso de formación fuera del espacio de realización de la promesa. La promesa, acá, no está puesta en el momento de la formación de grado.
Ahora bien, quizás la postura política radical sea afirmar la imposibilidad de realización de esa promesa. Al fin y al cabo, es imposible redimirla en el marco de la antropología disciplinar. Lo que había antes de la funcionalización de nuestras intenciones previas al proceso de institucionalización es algo que quedó suprimido. No sabemos bien qué era lo que nos impulsaba. Quizás ya nos olvidamos, y la consolidación de un régimen de memoria es parte del poder institucional. Parece que lo que queríamos es lo que hacemos ahora, pero siempre hay una sensación de desfase, de incompletitud. Quizás haya que explorar las razones – o los síntomas – que evidencian la insuficiencia misma de la promesa antropológica. Al convertirse lo que queríamos antes en promesa antropológica, algo quedó afuera, un excedente de fuerza que quizás nos impulse a romper políticamente con el establecimiento. En términos teóricos, lo que pensamos es que la disciplina lo que hace es movilizar una fuerza y unas potencialidades que ella no produce. Es decir que la disciplina no tiene fuerza de por sí. Ella opera funcionalizando y encauzando unas intenciones, unas búsquedas personales, o incluso colectivas, que ella no produjo. Y siempre hay un desfase entre esa búsqueda y lo que pudo concretarse en términos de formación y de integración al establecimiento.
Revocables: Una de las cosas que mencionaron y que me parece importante es el tema de la legitimación. O sea, el tema de la producción académica. En la materia de Epistemología, por ejemplo, hacemos investigación y me pregunto si la llamaríamos antropológica. No la presentamos en ningún congreso y las publicamos en otro tipo de revistas, la presentamos en otros tipos de espacios. Y nos critican obviamente por eso. ¿Cómo se piensan ustedes con ese tema? ¿Cómo se legitiman, desde qué espacio de intervención? Y, desde eso, ¿qué no es funcional a la academia? En la materia de Epistemología pasó que una compañera en uno de los plenarios, una estudiante, nos rebatió toda la experiencia diciendo que el espacio le parecía un intento de la gestión universitaria para mostrar cómo se puede estudiar de una manera diferente. Para mí, me dio vuelta a todo lo que habíamos propuesto en ocho años de la materia… que era justamente fisurar ese sistema, no serle útil.
# Al respecto de la particularidad de la carrera… Ese aplazamiento de la promesa viene complementado por otra promesa que es la promesa de la reforma del plan de estudios. Tenemos un plan de estudios implementado provisoriamente en el año 1983 y desde entonces está prometido que se va a reformar. Lo interesante es que siempre se plantea que en esta reforma tiene que incluirse el trabajo de campo en todas las materias. Es un reclamo típico, el de que queremos “más trabajo de campo” en las materias y para eso tenemos que reformar el plan de estudios. Por eso, es interesante el planteo que traen ustedes de hacer trabajo de campo ahora, porque esa vieja promesa no sólo refuerza la otra, sino que de cumplirse terminaría institucionalizando la promesa y quizás ya no sea lo mismo que imaginamos.
# Mientras cursaba una materia, yo comenté que había unas jornadas de investigadores en un instituto de antropología de acá y que era una oportunidad para exponer y presentar trabajos. La docente tomó eso para incentivar a los estudiantes de segundo año a que hagan trabajo de campo, a que presenten en los congresos para, así, tener mejor puntaje en el momento de recibirse. Yo terminé sintiendo todo muy meritocrático, como “esfuércense ahora que así después la academia los va a aceptar mejor” o “muestren que tienen espíritu”. Si hablamos de armar un espacio para nosotros, eso es importante. ¿Cómo no entrar en esa dinámica en el momento de decir “hagamos por nosotros mismos trabajo de campo”?
GEAC: Justamente si hay un tema con la exclusividad – solo quienes poseen ciertos títulos hacen trabajo de campo de verdad –, entonces hay que jugar con esa exclusividad. Hay que cuestionarla en la práctica, habilitando ese pensamiento del encuentro, haciendo que sea apropiable desde varios lugares y por diversos sujetos que hoy no están habilitados a hacerlo. Que sea una herramienta manejable no sólo por antropólogos o iniciados en la antropología, sino que se pueda utilizarla en cualquier espacio político. Es una vía para quebrar esa exclusividad o esa mística de que hay un secreto del “hacer trabajo de campo” que solo los antropólogos licenciados saben qué es. No hay que reivindicar esa exclusividad, hay que abrir esa posibilidad para cualquiera de nosotros. Ya en eso, la disciplina se disuelve.
En Brasil, a diferencia de acá, no hay carrera de antropología en el grado. En Brasil, aunque haya un par de carreras de antropología, para ser reconocido por la Asociación Brasilera de Antropología como un antropólogo tenés que hacer la maestría o el doctorado. Con eso, se pueden hacer una idea de la elitización del campo antropológico en nuestro país. Lo que hay en el grado es la carrera de Ciencias Sociales. En esta carrera confluyen sociología, antropología y ciencia política. Entonces, en el grado, cada una de las tres disciplinas que conformarían las ciencias sociales disputan la masa de los estudiantes. La antropología trata de seducirlos con la promesa del encuentro, justamente invitándolos a que vayan a hacer trabajo de campo en el primer año de la carrera. Y eso es muy desestabilizador, porque los estudiantes rápidamente se dan cuenta de que la promesa está siendo traicionada cuando cursan la materia siguiente. “Si estuve con la gente, me hice amigo de ellos, y ahora ya me estás diciendo que están ‘representando’, que son eso y lo otro”. O sea, tengo que sobrecodificar la situación de encuentro a través de las categorías disponibles en el mercado conceptual de la disciplina. Quizás introducir estratégicamente materias que inviten a una experiencia precoz de trabajo de campo pueda ser algo subversivo, desde el punto de vista de la desestabilización del campo disciplinar.
Revocables: En el momento en que llegamos a la materia en la que vamos a abordar el trabajo de campo, se supone que ya pasamos por un montón de etapas en donde me parece que ocurre esto de la “desubjetivación”. La categoría, entonces, ya es el etnógrafo en tanto un sujeto científico, en donde uno no está atravesado por nada que le pueda pasar personalmente. Tengo una anécdota que me pasó en un proyecto de extensión coordinado por una profesora de la carrera. Estábamos haciendo una entrevista, y la persona que entrevistábamos empieza a contar una experiencia muy fuerte. Termina la entrevista, y cuando salimos las dos, yo me pongo a llorar, porque me había pasado eso: me había atravesado la historia. Y mi profesora me dice “tenés que manejar eso porque sos antropóloga”. Y yo me quedé dura, porque se supone que hice un montón de materias donde debería haber aprendido a no llorar. Pensé, “bueno, entonces hay una ciencia para eso”. ¿Cuál es la ciencia que me invita a hacer trabajo de campo, pero que requiere en realidad una experiencia muy pobre de interacción con el mundo? Para mí, ahí está el desfasaje entre la promesa y su realización. Sos un sujeto científico y como tal tenés que manejarte con estas normas disponibles. En realidad, tendría que dar cuenta del mundo como lo puedo dar y no con reglas impuestas.
GEAC: La disciplina antropológica requiere una sensibilidad, estimula su despliegue, pero también nos exhorta a controlarla. No debes llorar, no debes querer a la gente, etc., tenés que controlarte, pero sí la antropología necesita tu sensibilidad, la convoca. Esa es una de las paradojas sobre las cuales se asienta el funcionamiento de la máquina disciplinaria de la antropología. Pero, ¿cómo no funcionalizar las situaciones en las cuales nos involucramos? Obviamente, hay que tener en cuenta el ejercicio de una autonomía teórica crítica. Construir autonomía teórica puede ser muy anti-estratégico desde el punto vista del proyecto de convertirse en un sujeto disciplinado, pero uno tiene que, en cierto momento, dejar de leer ciertos materiales que se imponen en las materias. Para poder pensar realmente las situaciones, voy a tener que armar (colectivamente) un recorrido propio y autónomo de lecturas. Eso tiene que ver con el tema de la legitimación. Todo ese esfuerzo de reflexión que nos lleva mucho tiempo elaborar, pensar y escribir, en realidad no vale nada en los marcos de la disciplina. No es legible en el lenguaje habilitado por la academia y sus espacios de publicación. Pero, de a poco, uno va encontrando movidas similares a la suya y, de este modo, logra potenciarse y legitimarse mutuamente junto a otras personas.
Los momentos de la política
GEAC: Podemos decir que creemos en la promesa, pero desde la frustración absoluta con el establecimiento. Buscamos redimirla en un terreno que no es el de la institucionalidad. No trabajamos con la perspectiva de incorporarnos al sistema universitario. Hay ciertos costos implicados en las apuestas políticas que uno hace. No solo porque estamos en épocas de ajuste neoliberal y ya no hay tantos puestos de trabajo en las universidades, sino porque también uno se da cuenta de que la universidad no es el espacio por excelencia de la investigación o del pensamiento. Más todavía en el caso de las ciencias sociales, que no requieren mucha inversión en infraestructura de investigación para, por ejemplo, comprar equipos costosos. Por eso, no hay razón para circunscribir la investigación y la tarea del pensamiento al ámbito universitario. En Argentina se han desarrollado las propuestas de investigación no académica más potentes que conocemos. Una de ellas, que tuvo mucha fuerza en la primera década de los años 2000, es el Colectivo Situaciones. También estaba el colectivo ¿Quién Habla?, que surgió para problematizar el tema del trabajo precarizado en los call centers de Buenos Aires. Actualmente, está el Colectivo Juguetes Perdidos, que trabaja con los pibes de los barrios del conurbano bonaerense y hace su investigación por fuera de la universidad, con otros propósitos y resultados. Publican libros e inciden en ciertos debates políticos que los apasionan. Sus escritos producen efectos de verdad en los debates que les importan. Hay investigación más allá de la universidad y nuestro pasaje por las instituciones quizás sea más bien el lugar de un robo, donde asimilamos ciertas categorías e intuiciones metodológicas que, más tarde, vamos a actualizar en otros ámbitos. Tenemos un compañero muy querido en Colombia, Eduardo Restrepo, que dice que “la academia es un espacio que no hay que dejarle a la derecha”. Pero, ojo, esta fórmula no puede convertirse en un chantaje. No sabemos hasta qué punto el poder axiomático de la institucionalidad no neutraliza las iniciativas que tomamos. No sabemos hasta qué punto la universidad ya no está desde hace rato en manos de la derecha, aunque no sea la derecha partidaria quien la administre. La universidad es un espacio de derechización. Es un espacio institucional que nos derechiza, nos dociliza, aunque ahí circulen categorías progres o alternativas. No sabemos hasta qué punto es posible torcerle o cambiarle el rumbo a la universidad. Quizás haya que romperlo todo y empezar de vuelta una nueva secuencia de institucionalización. Mientras tanto, debemos experimentar desde afuera. Generar colectivos autónomos de investigación, espacios de autoformación, etc.
Además de los espacios de autonomía que generamos fuera de la universidad, de vez en cuando también estallan conflictos que tienen su autonomía para plantear problemas en el ámbito institucional. En 2016, en Brasil, hubo una ola de ocupaciones en las universidades públicas. En Porto Alegre, de dónde venimos, pasó lo mismo. Las aulas y los pasillos estaban bajo control de los estudiantes. No había clases. En las aulas se hacían asambleas, conferencias, talleres. Se dormía y se comía ahí. Esos momentos, si bien son escasos, presentan una postura que tenemos preservar, porque ahí está la posibilidad de pensar ciertas cosas, de organizarse de determinada manera, lo que no es posible en la rutina normal de la universidad. Son momentos de experimentación y de elaboración de un pensamiento singular que nos puede ayudar a visualizar tensiones e inquietudes capaces de romper la estructura universitaria actual. Adentro de la universidad hay que trabajar por la ruptura, porque hay siempre una tensión latente que, en cualquier momento, estalla. Nosotros pensamos que no siempre hay política. De vez en cuando hay política. La hay justamente en esos momentos de ruptura. Mientras están los ciclos políticos convencionales, decimos que no hay política. Hay política cuando se interrumpe esa política ritualizada que solo piensa con las categorías del Estado y el capital. De vez en cuando irrumpe la política – cuando aparece una movida estudiantil potente, por ejemplo – y algo necesariamente se rompe. El lazo social se desgarra. Habría que hacer, por ejemplo, una genealogía del movimiento estudiantil en Filo, poniendo atención a los momentos en que sí hubo política. Me atrevo a decir que, si hacemos una investigación de este tipo, veremos que los momentos de autonomía han sido muy pocos. En los momentos en que hay política, la gente mira cierta coyuntura y dice “eso no es necesario, podemos romper todo”. Hay que retener la memoria de estos momentos en que hubo política; hay que acordarse de los enunciados que emergieron de allí. Cuando se ocupó la universidad en Porto Alegre, nosotros nos largamos corriendo para allá para armar instancias de diálogo con los compañeros que estaban llevando adelante la ocupación. Las verdades sobre la institución que la política revela son impresionantes. Vos llevás un saldo político real de esos momentos. Te das cuenta de quienes son los docentes, de para qué están; te das cuenta de que, en realidad, no te respetan, no convergen políticamente con vos. Aún el docente más progresista no es capaz de acompañar al movimiento estudiantil en su radicalidad, en su capacidad disruptiva. Te das cuenta de la fractura contundente que se presenta en la universidad entre docentes y estudiantes. Los docentes son los primeros en reprocharte, porque sos un vándalo, estás interrumpiendo la rutina institucional, sos un atrevido, sos poco simpático. Entonces se divide el campo de fuerzas y se presenta un nuevo panorama de intervención. Vale la pena retener esas imágenes para no caer en el cuento del docente que solo quiere instruirte, que es un tipo progre, dueño de una mirada aguda y perspicaz sobre el mundo. En las luchas concretas, donde se pone el cuerpo, te das cuenta de quiénes somos y de que lado estamos. Pero no siempre hay esos momentos. Depende un poco del azar. De todos modos, haríamos bien en preservar sus verdades.
La investigación en el registro de los posibles
Revocables: Cuando decimos “introduzcamos el trabajo de campo” hay que pensar en cómo habitamos esas experiencias. Tiene que ser un modo de habitar que ponga en cuestión las lógicas disciplinarias e institucionales. Una segunda cuestión es: si tensionar adentro también es ir contra el capital, si también es necesario pensar y luchar adentro de la universidad, ¿cómo pensar alternativas que permitan romper con estas formas, aún a riesgo de que esa institucionalidad te capture? Por ejemplo, la Materia Colectiva de Epistemología, que ya lleva diez años haciendo esta grieta en la institucionalidad. Nos preguntamos en qué medida seguimos agrietando o en qué medida estas experiencias no terminan siendo capturadas. En el caso de Revocables, lo mismo. ¿Cómo instituir otras prácticas, otros modos de relacionarnos entre nosotros y cómo ejercer una reflexividad respecto de la institucionalidad, que claramente persigue e intenta procesar estas diferencias? El dispositivo disciplinar es muy bueno para neutralizar la diferencia, para integrarla, sintetizarla.
# Me parece que hay que cuidarse con una idea ingenua o un poco naïve de que en el campo está toda la magia o que la realidad está en el trabajo de campo. De que ahí vas a ver todo lo que existe, y lo único que tenés que hacer es procesarlo en un texto y compartirlo con tus colegas. En la presentación que hacen ustedes se nota que tienen un esfuerzo teórico, una búsqueda por producir categorías para pensar tanto el trabajo de campo que desarrollaron en Uruguay como los espacios institucionales que transitamos, en la universidad y la academia. Eso es importante para no perder de vista la importancia de la producción teórica, que se retroalimenta con el trabajo de campo. Porque ahí no encontramos todas las respuestas para nuestras preguntas. Una segunda cuestión es el tema de la coproducción, el hecho de que cuando decimos ciertas cosas no es una innovación, sino que es un trabajo colectivo. En la antropología progre se habla mucho de coproducción con los interlocutores, investigación participativa, etc. Cuando uno se inserta como estudiante en los espacios de producción de conocimiento siempre es “asistente de investigación”. Siempre está haciendo experiencias para aproximarse de este universo y está el que coordina todo el equipo. Y uno se da cuenta de que su investigación quien la lleva adelante es uno mismo, aunque sigo siendo “asistente de investigación” de otro. O sea, quien va marcando las claves de lectura y análisis, produciendo la investigación misma somos los estudiantes – aunque el que coordina nos va guiando de alguna manera. Entonces, es un proceso de coproducción, pero con algunas características bien específicas. Lo que hacemos como trabajo de campo es presentado como una prueba, una experiencia para adquirir conocimientos. Mientras que “el que investiga en serio” está más bien en la gestión burocrática o tecnocrática, de administración de campos, de espacios, de preguntas de investigación. Al final, es él quien figura como responsable – por gestionar el proceso – de hacer el aporte investigativo a la disciplina. Es el que se gana los créditos y la legitimación en los espacios académicos. Y para cerrar, el tema de que con Revocables estamos participando en la Junta Departamental. La pregunta es ¿qué hacer con estas dinámicas dónde nos vemos involucrados pero que no nos gustan, no estamos de acuerdo e incluso las combatimos? Tenemos que preguntarnos siempre qué sacamos de eso, reflexionar hasta qué punto vale la pena. Sabemos que vamos a cuestionar todo lo que se escuche y se haga, pero sabemos que perdemos una oportunidad de intervenir si no ocupamos estos espacios. Lo pienso como una de las dificultades de los activismos o de las antropologías politizadas que tienen que articularse en redes más complejas, con actores con los cuales no necesariamente vas a estar de acuerdo, en función de determinados intereses políticos.
GEAC: Solíamos usar el concepto de investigación militante o coinvestigación, muy inspirados, en aquel entonces, en Orlando Fals Borda y la investigación acción participativa. Pero ahora nos damos cuenta de que dejamos de hablar en esos términos, quizás porque, en el momento en que se diluye la frontera disciplinaria, no tenemos por qué hablar de coproducción. Se trata de producción sin más. Voy a construir teoría en diálogo con algunas personas de cara a una situación que se está desarrollando y que necesita ser comprendida, pensada y teorizada. Pero entonces ya no es coproducción porque yo no estoy de un lado de la frontera disciplinaria y del otro lado están los sujetos con los que me articulo para producir algo. Quizás la pregunta podría ser: ¿hasta qué punto la noción de coproducción es lo suficientemente radical como para señalar una alternativa en términos de investigación? Quizás podríamos hablar de producción sin más y pensar que coproducción tiene que ver con una suerte de inseguridad o inquietud propiamente disciplinaria: “¿cómo produzco con el otro, cómo le permito que hable?” Es todo un debate teórico. Venimos pensando que hay dos formas de hacer investigación: una en el registro de los posibles y otra en el registro de lo que es. Las ciencias sociales convencionales se preguntan por lo que es e intentan, con la mayor sofisticación que puedan, narrar o describir lo que es. Esto es un protocolo de investigación. Hay otro protocolo que tiene que ver con pensar en el registro de los posibles. En este caso, las palabras de las personas abren posibles en el mundo, no sólo describen lo que hay. Las palabras son un intento de enunciar algo más allá de las posicionalidades existentes o de los sistemas actuales de emplazamiento. Las palabras no describen un emplazamiento, sino que nos hablan, quizás, de una proyección de la conciencia más allá de lo que está dado. Si enunciamos esta apertura de la realidad junto con las personas que encontramos en la vida, con ustedes por ejemplo, con los “interlocutores” en el trabajo de campo, la investigación se convierte en una práctica constante. Ya no es algo que tiene su lugar y su momento. Acá, por ejemplo, podemos decir que estamos tratando de enunciar y de probar la pertinencia de ciertas categorías. Queremos averiguar si nuestros posibles son posibles para ustedes, si hay confluencia, etc. Si optamos por hacer las cosas en este registro, entonces ya no hay coproducción, hay producción de enunciados compartidos. Ya no hay conocimiento, sino pensamiento. La antropología deja de ser una práctica de conocimiento para tornarse una práctica de pensar colectivamente categorías relevantes para sostener la apertura de las situaciones, para abrir lo posible en el seno de lo que está dado.
Revocables: Y se abandona la disciplina, en este caso.
GEAC: Totalmente. Porque pensar en el registro de lo posible ya no es compatible con la disciplina. Ya estaríamos fuera de la antropología. Y podemos pensar si no vale la pena descartarla lo más pronto posible. ¿Vale la pena seguir hablando de antropología? ¿Qué es lo que podemos retener de nuestro proceso de formación y qué es lo que merece ser desechado?
La memoria de lo que fuimos capaces de hacer
Revocables: En los congresos, por ejemplo, no hay que ir para decir “¡qué lindo ese congreso!”, sino que, desde una voluntad política y desde esos cruces entre colectivos que se esfuerzan en una misma dirección, debemos estar para generar un acontecimiento como lo fue el de la RAM de Córdoba de 2013, cuando nos conocimos. Es una apuesta política ocupar estos lugares para tensionar las discusiones y las formas como se organizan; abrir las posibilidades ahí para volver después a nuestros lugares de intervención y tratar de desarrollarlas.
GEAC: Sí, es importante seguir yendo a algunos congresos para generar quiebres ahí adentro, explorar las inconsistencias de estos espacios de intercambio. Lo que vimos en el acontecimiento de Córdoba, en 2013, fue una verdad que sirve para el cotidiano de las universidades. La verdad que se presentó ahí es que el sujeto colectivo más grande, la verdadera masa en cualquier espacio universitario o académico son los estudiantes y que la maquinaria de producción intelectual en estos espacios funciona basada en la extracción de trabajo de estos estudiantes, como pasa en los equipos de investigación. En estos momentos de congreso, cuando se reúne una gran cantidad de estudiantes, se ve que somos muchos y que producimos mucho, pero se nos representa como si fuéramos solo principiantes o gente menos importante en las jerarquías de producción. Estamos ahí para, como mucho, aprender algo e integrarnos a la disciplina. Se nos presenta como no capacitados todavía para pensar la teoría, etc. El atrevimiento está en decir que somos productores y pensamos. Por eso es tan peligroso cuando, en el momento en que ocupamos ciertos espacios – el congreso o la Junta departamental –, producimos pensamiento autónomo acerca de estas estructuras. Pensar estos espacios – escribir textos y discutir sus dinámicas – ya es, de por sí, un acto político muy desestabilizador. Hay que generar una teoría autónoma crítica de las situaciones en las que estamos insertos y enunciarlas desde sus inconsistencias, como se hizo en la RAM de 2013. La carta que se leyó en la conferencia de cierre fue una pequeña cartografía crítica de la imposibilidad de un congreso como aquel, de su tremenda inconsistencia. Politizamos el no-lugar. Quedó muy evidente que los estudiantes no teníamos lugar, en el sentido de un espacio político decisorio que expresara la materialidad de nuestra producción y la amplitud de nuestras expectativas. Entonces, hay que politizar estos no-lugares, generar enunciados donde supuestamente no podría haber enunciado político-teórico. Si vamos a un congreso es para armar quilombo, hacerles imposible la vida a ciertos burócratas. Y – lo más importante – volver posible la enunciación política de nuestra situación. Más allá del goce que proporciona el acto de molestar y desestabilizar la reproducción de las jerarquías, nos parece que hay que esforzarse por pensar las prácticas de investigación fuera de la universidad, controlar nuestros espacios de formación, de creación teórica y reflexión.
No conformarse
Revocables: Yo destacaría el carácter profundamente político de este encuentro. Si bien no hay líneas definidas o limitadas a priori, existe una incomodidad con la forma de producción de conocimiento y con la formación dentro de este sistema. Y en realidad la incomodidad es lo que te hace caminar. No es que vamos a encontrar algún día un lugar sólido y seguro desde donde pensar. La incomodidad es esa búsqueda y es el lugar que elegimos políticamente. Entonces, es importante saber que esa incomodidad probablemente no termine nunca. Es importante no terminar en un conformismo político. Veo, por otro lado, que uno se acerca a la carrera pensando que la antropología puede aportar algo al mundo, manteniendo la promesa inicial que nos acerca a ella, de poder aportar a una construcción colectiva. Y ese proceso continuo de intentar ascender en la carrera para poder plantear con más fuerza ese conocimiento que yo creo que va a aportar al mundo, en alguna medida, tiene por detrás una utopía reformista. En el sentido de que hay una creencia de que la mejoría del mundo va a ser gradual y vamos a seguir acumulando conocimiento para llegar, algún día, a que el mundo funcione perfectamente. Esa utopía existe en la carrera. A mí me parece que no se puede cumplir, pero es una utopía que hace caminar a muchos profesionales.
GEAC: En otro momento dijimos que el ethos de la disciplina antropológica es liberal, en el sentido de que evita de varias maneras el conflicto y quiere promover la convivencia harmónica entre sectores que, en realidad, están en antagonismo. Es interesante pensar, por otro lado, el tema de la utopía reformista que alimenta también el aparente progresismo de la disciplina. Decir que el mundo puede cambiar de a poquito, con pequeños gestos, termina bloqueando el pensamiento de la ruptura efectiva, radical. En efecto, no sería exagerado decir que la antropología disciplinaria, por lo general, solo sabe producir enunciados políticos susceptibles de ser dirimidos en los marcos del derecho. El derecho y la reforma son el corolario de la imaginación política disciplinaria.
Por eso es importante mantener la memoria de los acontecimientos radicales, aunque sean en pequeña escala. Esa memoria nos salva del conformismo. Aunque después se traicione el acontecimiento, o que sus consecuencias se vayan borrando, queda claro que el mundo como lo conocemos ya está superado para siempre. Hay que tomar en serio lo que fuimos capaces de hacer en algún momento. En 1917, por ejemplo, quedó claro que el capitalismo terminó. Un acontecimiento decretó su imposibilidad. Aunque el capitalismo siga existiendo, nuestro presente es el tiempo de la prescripción abierta por el acontecimiento de 1917. Esta prescripción dice que el capitalismo puede interrumpirse. El conformismo resulta de no asumir la densidad de un acontecimiento, su potencia política. Eso nos devuelve al cordobazo antropológico de 2013. Un tipo como Nicolás Guigou, que fue el presidente de la siguiente RAM de Montevideo, en 2015, dio muestras de que es un sujeto incapaz de comprender un acontecimiento. En las vísperas de la RAM en Montevideo, hizo un ejercicio de memoria traicionero, porque traiciona el acontecimiento de Córdoba en su densidad y en su radicalidad prescriptiva. Lo hizo para legitimarse políticamente en su blog. Decía algo así como ‘yo no sé quiénes eran aquellos que irrumpieron en el cierre de la RAM en Córdoba, los que pusieron en jaque la organización del evento en Córdoba y viabilizaron la organización de la RAM en Montevideo’. Entonces dice ‘no sé quiénes serían aquellos… ¿serían los hijos mimosos del progresismo? ¿Serían estudiantes que tienen algo que proponer?’. Vemos, aquí, un tipo de reflexión que apunta a encasillar a la gente, a describir quiénes son las personas y por qué hacen ciertas cosas. Guigou hizo una reducción absoluta de la potencia del acontecimiento de Córdoba, el cual va más allá de describir nuestro emplazamiento en un ciclo político determinado. Hay que tomar en serio lo que se planteó en Córdoba. Allí se planteó la inviabilidad de la disciplina antropológica. Tal vez las circunstancias que posibilitaron nuestra confluencia no hubieran sido posibles en otro ciclo político. Quizás nuestro estado anímico hubiera sido otro en un contexto más reaccionario. Pero el acontecimiento mismo va más allá de su lugar, de quienes lo estaban haciendo, de quienes eran sus protagonistas – kirchneristas, lulistas, comunistas, troscos, anarcos, etc. El acontecimiento va más allá de eso; tiene una singularidad. Algo nuevo pasó ahí, pero Guigou fue incapaz de comprender la novedad. Nosotros, sin embargo, sabemos que, en Córdoba, fue decretada la posibilidad de superar congresos como la RAM. Aun sigue habiendo RAM y cosas parecidas, pero ya se sabe que aquel modelo no va más: esta es la verdad del cordobazo antropológico. Guigou es un antropólogo convencional y no está dispuesto a reconocer las cosas en toda su radicalidad. Quiere describirlas, emplazarlas, docilizarlas. Para él – y seguramente muchos antropólogos estarían de acuerdo –, somos frutos de una determinación, no generadores de una nueva prescripción.
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