Imagem: Patrick O’Leary
Por Juliana Mesomo
Debido a que no se pliega a la razón histórica y no busca asociar el acontecimiento a una cadena de hechos anteriores y posteriores que lo determinen y lo realicen, la narración puede referirse a un acontecimiento en su singularidad.
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Si la crítica de Rancière a la matriz ficcional de las ciencias sociales nos arroja a un impasse, ¿podría la narración (o el contar historias) ser una alternativa a esa matriz? ¿Se encuentra la narración en una posición intermedia entre la ficción moderna (el romance moderno, como dice Walter Benjamin) y las descripciones pretensamente objetivas de las ciencias sociales? Antes de abordar estos puntos, observemos las características del arte narrativo señaladas por Benjamin.
En primer lugar, el arte narrativo (o el arte de contar historias) tendría alguna relación con la experiencia. El narrador extrae la fuerza de su relato de la experiencia, ya sea propia o ajena, que recoge al escuchar y al interactuar con los demás. El narrador también puede contar historias basándose en su experiencia en tierras lejanas o en la experiencia profunda de su propia tierra, desde la cual Benjamin proyecta los dos modelos de narrador: el marinero y el campesino. De estos dos se desprende un tercero, que es el artesano: en su lugar de trabajo, el artesano mezcla las historias del migrante que llega de lejos con las del paisano que vive en el mismo lugar desde hace mucho tiempo y desde hace muchas generaciones.
Por diferentes motivos, el narrador es un sujeto que estaría desapareciendo, según Benjamin, lo que convierte a la narración en algo hermoso, precisamente porque se está marchitando. Benjamin escribió esto en 1947. Hoy en día, podríamos decir que el contador de historias ya ha desaparecido, quizás debido a los cambios en el modo de producción y a las nuevas características de la vida moderna en las ciudades. La narración está desapareciendo porque se basa en la posibilidad de intercambiar experiencias, y es la experiencia la que está en vías de desaparecer, junto con la antigua capacidad de aburrirse, que es ese momento de distensión necesario para, como decía Benjamin, “incubar los huevos de la experiencia”.
“Al final de la guerra, se observó que los combatientes volvían callados de los campos de batalla, no más ricos, sino más pobres en experiencias comunicables”.
La segunda característica importante de la narración es que se basa en múltiples narraciones anónimas, y recoge su inspiración de las narraciones trabajadas a lo largo del tiempo por muchos e innumerables narradores. Según Benjamin: “de las narrativas escritas, las mejores son las que menos se distinguen de las historias orales contadas por innumerables narradores anónimos”. Existe un trabajo realizado a lo largo del tiempo que va puliendo y perfeccionando la narración, de manera artesanal.
La tercera característica de la narración es su sentido práctico, ya que tiene la intención de enseñar algo, presentar una norma o dar un consejo al oyente. Este puede ser de naturaleza práctica, ya sea moral o política. Según Benjamin, “el arte de narrar está desapareciendo porque la sabiduría – el sentido épico de la verdad – está en extinción”. Es decir, hay poco interés en transmitir consejos sabios o decir algo verdadero a la gente.
Luego, Benjamin establece una comparación y una distinción entre el romance y la narración por un lado, y la narración y la información por otro. El romance se diferencia de la tradición oral ya que no surge de ella ni la alimenta. El escritor de romance está aislado y separado del colectivo, y la fuente de su experiencia es individual e incomparable con la de los demás, lo que la vuelve incomensurable, pero no por ello incomunicable.
Por otro lado, la información, que es característica del periodismo, aspira a una verificación inmediata. Al leer información, se supone que es verificable o se requiere una comprobación. La información debe ser comprensible, lo que a menudo requiere explicaciones o contextualización, o debe ser directamente plausible. La información sigue las reglas de plausibilidad, mientras que la narración incorpora elementos milagrosos o extraordinarios. ¿Cómo logra la narración incorporar el registro de lo extraordinario o incluso lo “milagroso”? Lo hace evitando las explicaciones. Cuando leemos noticias sobre hechos y sucesos, éstos vienen acompañados de explicaciones que son el procedimiento que los hace plausibles y los fuerza a entrar en las reglas que organizan un mundo determinado (lo que podríamos llamar las “reglas de la realidad”). Por otro lado, la narración evita este procedimiento, es decir, evita explicar el contexto de la acción. Por ejemplo, si alguien ve algo extraordinario, el narrador no intentará “explicar” por qué la persona vio lo que vio, simplemente lo transmitirá, quizás con algún consejo al cerrar la historia, evitando dar el contexto psicológico, sociológico o incluso lógico de la acción. Según Benjamin: “Lo extraordinario y lo milagroso son narrados con la mayor exactitud, pero el contexto psicológico de la acción no le es impuesto al lector. Este es libre para interpretar la historia como quiera, y así el episodio narrado logra una amplitud que no existe en la información”. Esta característica se favorece gracias a la concisión de la narración, es decir, la brevedad y la economía de medios en el modo de expresar una situación con exactitud.
La concisión también facilita la memorización de la narración, ya que una de sus características es transmitirse de una persona a otra, de un narrador anónimo a otro. Sin embargo, como mencioné anteriormente, esta memorización de la narración requiere de un tiempo relajado que es cada vez más escaso. El aburrimiento es necesario para escuchar historias y reflexionar sobre la experiencia: el aburrimiento es “el pájaro de sueño que incuba los huevos de la experiencia”. Este tiempo relajado, o aburrimiento, es característico del trabajo manual, que se está perdiendo (hoy en día, podríamos decir que casi se ha perdido por completo o, quizás, sobrevive de forma muy aislada en algunos lugares). “Cuanto más el oyente se olvida de sí mismo en el ritmo del trabajo manual, más profundamente se graba lo que se escucha en él”, concluye Benjamin. Por lo tanto, la narración es ella misma un trabajo artesanal: no solo surgió y se nutrió de un contexto de artesanos – en el mar, el campo y las ciudades en formación –, sino que también es un producto del trabajo manual/artesanal, fabricado con el material de la experiencia humana. La “mano” del narrador, es decir, su estilo, sus circunstancias y los rasgos de la situación en la que supo que algo había pasado, están impresos en la narración, “como la mano del artesano en la pieza que hizo”. Esto convive en parte con la característica anónima del trabajo narrativo, en el sentido de que el autor es importante, pero sobre todo por las marcas que deja en la historia que fue trabajada por muchas manos y a la que él le dará una pulida más.
La construcción de las narraciones requiere tiempo y un trabajo prolongado que depende, a su vez, de una cierta idea de eternidad. La noción de que las cosas pueden hacerse perfectamente durante mucho tiempo, que pueden ser el “producto precioso de una larga cadena de causas semejantes entre sí”, alimentaba tanto el trabajo artesanal como la construcción artesanal de la narración, de modo que la narración perfecta es la coronación de varias capas constituidas por las narraciones sucesivas que la precedieron. El rechazo contemporáneo al trabajo prolongado y a la idea de eternidad también perjudica al arte narrativo.
Otra característica que fortalece la narración es la idea de la muerte y su presencia social. El momento en que alguien fallece es el momento de la narración por excelencia, ya que cualquier tipo de evento se vuelve importante ante la inminencia del final de la vida de quien guarda su memoria. Esto es lo que produce lo “inolvidable”, precisamente porque la persona se está yendo. Es así que se seleccionan las visiones e imágenes verdaderamente importantes, que adquieren una visibilidad absoluta en el momento de la muerte. La autoridad de la inminencia de la muerte está en el origen de la narración, del acto de contar una historia y destacarla para siempre del oscuro olvido. En una sociedad que aleja a la muerte de su espacio social, que la oculta de los ojos de los demás o que busca activamente ignorarla, la autoridad o incluso la urgencia de la narración ante el inminente fin se debilita.
Por último, al tener sus raíces en los cronistas medievales, la narración se separa de la historia sagrada: “las piedras ya no anuncian nada”, pero lo hace sin plegarse a la razón histórica, permaneciendo más bien como una historia profana.
“Es difícil caracterizar inequivocamente el curso de las cosas, como ilustra Leskov en esa narrativa. ¿Está determinado por la historia sagrada o por la historia natural? Solo se sabe que, en tanto tal, el curso de las cosas escapa a cualquier categoría verdaderamente histórica.”
Debido a que no se pliega a la razón histórica y no busca asociar el acontecimiento con una cadena de hechos anteriores y posteriores que lo determinen y lo realicen, la narración puede referirse a un acontecimiento en su singularidad. Puede destacarlo de la cadena de hechos ordinarios y, sobretodo, de las reglas que ordenan el mundo actual ou un mundo específico. Puede extraer del acontecimiento un consejo político, práctico o moral, una fórmula o un principio enunciable, prolongando así su efecto y su amplitud. El ejemplo más claro es el proverbio, que es para Benjamin el ideograma de una narrativa: “Los proverbios son ruinas de antiguas narrativas en las cuales la moraleja o la moral de la historia abraza un acontecimiento como una hiedra abraza un muro”.
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