Geral Marx e nós(otros)

No es cuestión de (usos del) dinero. Producción, consumo y sobredeterminación política.

Por Alex Martins Moraes

Al fin y al cabo, nadie sabe nunca dónde puede ir a parar una suma de dinero que se le otorga a alguien, por mucho que se intente regular y moralizar su uso. La guita se utiliza de modos variados, creativos, que redefinen la autopercepción de quienes la manejan al tiempo que dan cabida a todo tipo de juegos de valoración, los cuales eventualmente reproducen asimetrías sociales e instauran nuevas instancias de poder y vigilancia. Y bueno… puede ser que esta cantinela les resulte sugerente a ciertos estudiosos del dinero y la moral. Dejemos que se entretengan con ella y la reciten una y mil veces con todos los acentos disciplinares posibles. En cuanto a nosotros, no podemos detenernos aquí. Hace falta una vuelta de tuerca más para que la dialéctica materialista entre a operar en nuestra lectura de la articulación entre producción, consumo y política.

Intervención introductoria realizada el 19 de octubre de 2021 en la cuarta sesión del curso ¿Qué fue del materialismo dialéctico?, organizado por el Colectivo Máquina Crísica en el espacio de Campus Comum – Universidad Libre. Estos apuntes exploratorios se basan en la lectura del capítulo 6 de La Revolución Teórica de Marx, titulado “Sobre la dialéctica materialista (de la desigualdad de los orígenes)”.

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* * *

Esta noche adopto una estrategia de exposición distinta a la que puse en marcha en otras oportunidades en las que me tocó realizar el comentario introductorio de nuestras sesiones. No voy a desplegar mis percepciones acerca del argumento althusseriano en base a una relación directa con su orden de exposición en el texto que hoy nos convoca. No se trata, entonces, de transmitirles el itinerario de mi lectura en forma intercalada con las preguntas que me fueron surgiendo mientras avanzaba mi exploración lineal del texto althusseriano. Lo que les propongo, en cambio, es adentrarnos en el breve relato de una coyuntura concreta, para poder pensar desde allí algunas dinámicas que hacen a la teoría de la causalidad estructural con sus conceptos subsidiarios de desplazamiento, condensación, sobredeterminación, contradicción principal, contradicción secundaria, combinación, totalidad estructurada a dominante. Me parece que la dialéctica materialista se juega completa en el movimiento de transformación que podemos desprender de estos conceptos. 

Divido mi exposición en dos etapas: primero, quiero familiarizarlos con una situación que se me presentó en Uruguay mientras realizaba el trabajo de campo que referenció mi tesis doctoral. La presentación misma de esta situación, la forma en que intentaré transmitirla a ustedes, ya trae en su composición la lógica causal que recuperaré en términos más abstractos en la segunda etapa de la exposición. 

Concibo este ejercicio de pensar desde una situación concreta en medio del althusserianismo y viceversa como un precedimiento experimental en dos sentidos. Por un lado, se trata de un experimento expositivo que pretende asentar, mediante la narrativa de un proceso palpable, un conjunto de articulaciones conceptuales cuya aprehensión se me haría demasiado etérea –y, por ende, difícil de discutir con ustedes– si no remitiera a un referente en común que podemos imaginar colectivamente. Por otro lado, es un experimento analítico incipiente que no apunta, de ningún modo, a establecer la inteligibilidad más adecuada del caso al que se aboca, y tampoco ambiciona operar un manejo del todo certero de aquellos conceptos a los que recurre. En efecto, es en el amplio margen de error que admite este experimento en donde me gustaría que encontráramos espacio para afinar nuestra apropiación del argumento y los conceptos que nos depara el capítulo 6 de La revolución teórica de Marx.

Una cita muy oportuna de Marx, reproducida convenientemente por Althusser en el capítulo en cuestión, me dará pie para estructurar el relato de la situación que deseo analizar, lo cual quiere decir que me permitirá discernir, distribuir y ordenar los diferentes elementos que en ella se combinan. Cito: “no es que la producción, la distribución, el intercambio y el consumo sean idénticos, sino que constituyen articulaciones de una totalidad, las diferenciaciones dentro de una unidad (…) una producción determinada determina por lo tanto, un consumo, una distribución, un intercambio determinados; determina igualmente las relaciones recíprocas determinadas de estos diferentes momentos. A decir verdad, la producción en su forma unilateral está, por su parte, determinada por los otros factores”.

Paso a resumirles el caso que traigo a colación.

Hacia el año 2006, el flamante gobierno progresista del Frente Amplio uruguayo empezó a impulsar un contundente proyecto de reactivación de la industria azucarera en el norte del país, específicamente en la ciudad de Bella Unión, cuna del Movimiento de Liberación Nacional – Tupamaros y de uno de los sindicatos rurales más combativos del Uruguay, la Unión de los Trabajadores Azucareros de Artigas (UTAA). En aquella misma época, la UTAA venía redefiniendo su política agraria en diálogo con viejas consignas políticas que se remontaban a la década de los ’60, cuando el reclamo de “tierra para el que la trabaja” caló hondo en el movimiento popular. El 15 de enero de 2006, la UTAA se lanzó a la ocupación de tierras fiscales en pleno primer gobierno frenteamplista de la historia uruguaya. Poco tiempo después de que se concretara esa medida de lucha, el entonces ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca, José Mujica, eligió referirse a la postura del sindicato como “un palo en la rueda en contra de los que estamos gobernando”. Sea como fuere, y pese al malestar causado por la ocupación de tierras, los planificadores del gobierno progresista se mostraron dispuestos a negociar algo así como un pacto de coexistencia entre las reivindicaciones agrarias del sindicato y la reactivación de la economía azucarera bajo los auspicios del estado nacional. Concretamente, ello implicó que se le extendiera a la militancia de la UTAA una propuesta de acceso a la tierra basada en la producción cañera (y, por tanto, en el reclutamiento de mano de obra asalariada) y condicionada por préstamos productivos sujetos al cobro de intereses. A los trabajadores que aceptaron esta modalidad de ingreso a la tierra se les asignaba “adelantos” mensuales por el valor de alrededor de un sueldo mínimo, en los cuales estaba representado el precio de las múltiples tareas asociadas al correcto mantenimiento de los cañaverales. Al término de cada ciclo productivo, se les descontaba a las cosechas que enviaban al ingenio azucarero el valor de los adelantos suministrados a lo largo del año con una tasa de interés de un 7% aproximadamente. El valor restante, una vez sustraídos los “adelantos”, se llamaba “libre disponibilidad”, o sea, lucro empresarial neto, y quedaba a disposición de los productores para ser invertido en la reproducción de su capital. Sin embargo, poco a poco empezó a suceder que los productores de caña de azúcar procedentes de las bases de la UTAA fueron contrayendo deudas cada vez más voluminosas con la empresa pública propietaria del ingenio, lo cual mermaba sustancialmente su lucro neto hasta el punto de volverlo inexistente en algunos casos. Esta situación ponía a los pequeños productores en una situación de absoluta dependencia de los préstamos de capital otorgados por la compañía azucarera estatal a fin de sostener la actividad productiva en sus emprendimientos. ¿Por qué sucedió algo así? Básicamente, debido a que los trabajadores-productores enrolados en el proyecto productivo del gobierno tendían a concebir su inédita experiencia de acceso a la tierra como una oportunidad de vivir en forma inmediata un bienestar material del que se juzgaban merecedores y que les había sido negado durante largos años de ajuste neoliberal y repliegue de la economía nacional. Por esta razón, su tendencia era la de aflojar las rutinas de trabajo productivo en sus emprendimientos y no fueron pocos los que orientaron partes importantes de sus primeras “libres disponibilidades” al consumo improductivo de mercancías, en vez de invertirlas en la reproducción del capital.

Resumiría del siguiente modo el gran “malentendido” que protagonizaron las bases de UTAA enroladas en la reactivación de la economía cañera y los actores institucionales encargados de implementar esta política de desarrollo: la compañía azucarera del estado uruguayo interpeló a los trabajadores de la UTAA como capitalistas en potencia y estos, por su parte, respondieron al llamado gubernamental como personas que hacía rato andaban en busca de un salario estable y cuyo plan principal no era exactamente el de ponerse a acumular capital. Con el paso de los años, este desfasaje de expectativas entre productores y administradores de la política de desarrollo fue distorsionando completamente el proyecto agrícola del gobierno, ya que este se vio obligado a gestionar un sistema productivo que subsidiaba indefinidamente a algunos de sus beneficiarios, pero sin logar imponerles un incremento sostenido de la producción.

Imagino que algunos de mis colegas antropólogos identificarían en esa situación un caso típico de los devenires de la “agencia” en el terreno de los llamados “usos del dinero”. Al fin y al cabo, nadie sabe nunca dónde puede ir a parar una partida de plata que se le otorga a alguien, por mucho que se intente regular y moralizar el uso del dinero. La guita se utiliza de modos variados, creativos, que redefinen la autopercepción de quienes la manejan al tiempo que dan cabida a todo tipo de controversias y juegos de valoración, los cuales eventualmente reproducen asimetrías sociales e instauran nuevas instancias de poder y vigilancia. Y bueno… puede ser que esta cantinela les resulte sugerente a ciertos antropólogos del dinero y la moral. Dejemos que se entretengan con ella y la reciten una y mil veces con todos los acentos posibles. Pero nosotros no podemos detenernos aquí. Hace falta una vuelta de tuerca más para que la dialéctica materialista entre a operar en nuestra lectura –o composición– de la situación.

Antes que nada, digamos que, al distorsionar la estrategia productiva gubernamental por negarse a darle al crédito de capital el uso productivo que este suponía en su protocolo original de inversión, los productores cañeros hicieron colapsar el efecto subjetivador del sistema de crédito, el cual consiste, al decir de Marx, en producir capitalistas en potencia, incluso si estos son, en principio, “hombres sin fortuna”. No obstante, al sustraerse a la condición de capitalistas en potencia, aquellos mismos productores cañeros se convirtieron en deudores crónicos frente a un capital más robusto, por lo cual el producto de su trabajo empezó a ser totalmente apropiado por dicho capital, al igual que la vocación futura de sus emprendimientos agrícolas. Esto significa que han tenido que aplazar por un tiempo indeterminado cualesquiera que hayan sido sus ambiciones previas en lo concerniente al desarrollo de su autonomía económica y la experimentación con modalidades alternativas de uso de la tierra y organización del trabajo. Al seguir su propia orientación de consumo, desatendiendo objetivamente la reproducción del capital, los pequeños productores introdujeron un corto-circuito en el sistema de crédito en el que participaban, pero no por ello dejaron de tener que vérselas con las consecuencias del endeudamiento, tanto desde el punto de vista de su relación con la compañía azucarera –la cual se volvió aún más despótica– como desde el punto de vista de su compromiso con las apuestas colectivas que alguna vez habían cultivado bajo la consigna de “tierra para el que la trabaja”.

¿Qué quiere decir todo esto? ¿Querría decir que, tarde o temprano, el sistema de crédito les jugaría una mala pasada a los pequeños productores y los terminaría aplastando soberanamente sin importar sus derivas consumistas o su irreverencia improductiva? De ninguna manera. Para sacarle una lección más interesante a este caso “empírico”, les propongo pensarlo como una sucesión de etapas distintas cuyo sentido de conjunto solo puede desprenderse del desarrollo mismo de su articulación.

En primer lugar, tenemos, entonces, una “producción determinada” que se basa en la propiedad privada y que exige que los productores dispongan de medios de subsistencia mientras realizan aquellas tareas que podrían rendirles alguna cuota de ganancia al cabo de un ciclo productivo específico. En principio, esa producción determinada excluye la posibilidad de que un asalariado rural la protagonice en condición de pequeño productor. Y, no obstante, era precisamente esto lo que exigía la política sindical hacia el año 2006: exigía que los asalariados rurales pudieran convertirse en productores. Dicha política determinó que la producción agrícola fuera solidaria con el reclamo por tierra de los trabajadores de la caña de azúcar. En tales circunstancias, la compañía azucarera, manejada por cuadros del gobierno frenteamplista, creyó por bien absorber el costado reivindicativo de la política obrera (“tierra para el que la trabaja”) al tiempo que mantuvo intactas las determinaciones productivas vigentes en el territorio. El sistema de crédito fue la herramienta elegida para realizar el empalme entre reclamo obrero y agricultura capitalista. Una vez activado el sistema de crédito, la producción, ahora determinada por una operación financiera del capital, exigía a los nuevos productores agrícolas un tipo determinado de consumo de las partidas monetarias que percibían mensualmente. Debería predominar el consumo productivo de capital por encima del consumo improductivo de dinero. Pero ya sabemos que las cosas no sucedieron de acuerdo con lo esperado. En ocasiones, el consumo improductivo preponderó sobre el consumo productivo debido a la intervención de otros intereses y deseos que eran ajenos a las determinaciones de la producción reglada por el sistema de crédito. Así pues, la producción se ha visto sobredeterminada por estos deseos, sin que ellos se le volvieran consustanciales y sin que la producción pudiera frenarlos desde sus propias determinaciones. Esto fue cambiando paulatinamente el aspecto de todo el sistema productivo, ya que la producción registró en sus propios términos la vigencia de una determinación que estaba puesta en la esfera del consumo y que, a su vez, se encontraba reglada por un régimen de deseo armado en otros lugares, en la esfera de los intercambios ideológicos entre los trabajadores asalariados que habían devenido en productores cañeros. 

El registro, o el reflejo productivo de la sobredeterminación del consumo fue la pérdida de la potencialidad capitalística de los productores cañeros, dado que estos ya no lograban disponer de un capital que les permitiera vislumbrar la posibilidad de sostener la reproducción simple con medios propios e ingresar, quien sabe, a un proceso de reproducción ampliada, condición fundamental para reducir drásticamente la participación del prestamista en el rateo del lucro bruto. Por su parte, la profundización de la dependencia económica de los productores vino a sobredeterminar su relación política con la compañía azucarera. Es decir, su relación política con dicha compañía pasó de ser una especie de asociación asimétrica basada en la expectativa de una acumulación futura de capital a ser una relación análoga al antagonismo entre patrones y empleados, puesto que los créditos productivos se tornaron la única fuente segura de ingresos para las familias de agricultores endeudados. Sugiero que la política sindical registró a su modo, y según sus propios criterios, una modificación ocurrida en la esfera de la producción en lo atinente al estatus económico de los productores cañeros. Finalmente, este cambio de estatus económico también se reflejó en la ideología individual de algunos de los productores, quienes se vieron acechados por la sensación de que la lucha por la tierra había fracasado en el intento de mediar una política agraria más abarcadora y de carácter popular.

Al observar este sistema de combinaciones, podemos aislar, primeramente, algunos desplazamientos, o sea, algunos cambios de dominancia en el espacio de la totalidad estructurada. Si aceptamos que el comienzo del proceso analizado es la toma de tierras fiscales del año 2006, podremos decir que, en aquella situación, el nódulo dominante fue la producción, pues esta pudo asimilar un aspecto de la política sindical a través de la activación del sistema de crédito. A partir de entonces, se definió una coyuntura en donde la relación entre productores y medios de producción, afianzada por el crédito, constituyó el epicentro del experimento agrícola patrocinado por el gobierno uruguayo. En una etapa subsiguiente, otro proceso cobró dominancia y pasó a definir el futuro del experimento agrícola en cuestión: era el consumo, que dejó de estar determinado por la producción aun cuando se desplegaba sobre unos recursos que deberían abastecerla (es decir, los préstamos de capital). El consumo improductivo sobredeterminó a la producción y se convirtió, así, en el nódulo fundamental en el cual se jugaba el futuro del proyecto productivo. Hubo, por tanto, un nuevo desplazamiento.

Althusser nos dirá que entre el en sí y el para sí no hay continuidades, sino mutaciones y reestructuraciones que provocan discontinuidades cualitativas reales. Lo que hay, lo real de alguna de las esferas del proceso general de transformación, es decir, del conjunto de las prácticas humanamente factibles, no se abre paso por sí mismo en medio del mundo concreto de las demás prácticas existentes. Lo real, lo que es efectivo en cada dominio de la acción, es el resultado de una producción específica que cuenta con sus propias herramientas y categorías reflexivas. Lo único necesario en la confrontación entre diferentes tipos de prácticas es la reflexión misma de una práctica sobre la otra. Y lo que establece la necesidad de esta reflexión es, precisamente, la estructura que combina, en un momento específico del desarrollo de la producción, una pluralidad de modos de existencia del pensamiento y la acción, cada uno de ellos resultante de historicidades propias que se articulan y empiezan a relacionarse contingencialmente con otras historicidades. En sí misma, la estructura no es sino la posibilidad de articulación e incidencia recíproca entre los elementos que en ella se combinan y los efectos circunstanciales de esa combinatoria de procesos reflexivos. En este orden de cosas, hablamos de causalidad estructural para señalar que las relaciones de determinación que configuran nuestra existencia colectiva son internas a la unidad de diferentes prácticas estructuradas y, por ello, no responden a una causalidad trascendente y unívoca que se iría “mediando” a lo largo y a lo ancho de la materialidad histórica de los múltiples modos de existencia (o “prácticas”). En palabras de Althusser, la dialéctica interna a cada práctica está reflejada en el desarrollo de otras prácticas y este reflejo constituye sus “condiciones de existencia”, por tanto, el “real absoluto”, lo “dado-siempre-ya-dado” de la existencia del todo complejo.

Vuelvo, ahora, a la situación de colonización agraria que me ha servido como referencia para ilustrar la combinación estructurada de múltiples prácticas. Recupero brevemente qué dinámicas animaban dicha situación y procedo, inmediatamente, a proponerles algunas preguntas e inquietudes que podrían estimular nuestro intercambio en la próxima etapa de esta sesión.

Vimos que los pequeños productores rurales provenientes de las bases de la UTAA actuaban en el sistema productivo de la caña de azúcar en tanto capitalistas operantes que tomaban préstamos a un capitalista financiero para realizar la producción agrícola, acumular capital y ratear ganancias al cabo de un ciclo productivo. Con todo, esos capitalistas operantes eran, también, consumidores que destruían capital en el mercado de bienes de consumo, lo cual perturbaba el ciclo del capital productivo y desestabilizaba el sistema de crédito que le daba ignición, al tiempo que realizaba las determinaciones de cierto deseo colectivo de consumo y bienestar material. Este proceso redundaba en la radicalización de los efectos subordinantes inherentes al crédito de capital, lo que redefinía la relación entre capitalista operante y capitalista financiero al acercarla, gradualmente, a una relación salarial típica. El consumo improductivo de dinero realizaba su necesidad a la vez que activaba la realización de necesidades contenidas en otras relaciones, lo que indica la unidad estructurada de una multiplicidad de prácticas. 

Ahora bien, ¿qué podría interrumpir esas permutaciones entre diferentes prácticas, cada una de ellas dotada de su respectiva contradicción? ¿Qué podría interrumpir la unidad estructurada? Esta tarea de interrupción le correspondería a la política, según Althusser. La lucha política, nos dice Althusser en diálogo con Lenin, debe identificar y atraer hacia sí la contradicción principal que se produce por desplazamiento, de tal modo que sea posible intervenir en la contradicción y desmembrar la unidad que se asentaba en ella. Esto supondría conducir la contradicción en un sentido explosivo, que ya no daría lugar a la eterna permutación entre los papeles existentes, sino que inauguraría una nueva obra sobre los fragmentos de la puesta en escena que antes ordenaba la permutación de roles entre diferentes actores.

¿Qué aspecto asume la interrupción política en el caso específico que estoy relatando?

Hubo un momento en el desarrollo de la conflictividad agraria en el extremo norte uruguayo en el que un grupo de nuevos dirigentes de la UTAA decidió postular que la disputa por la tierra en el contexto de las políticas desarrollistas del gobierno del Frente Amplio había terminado. La imposibilidad de seguir ampliando el reparto de parcelas cultivables entre los asalariados rurales, debido a los límites de la propia estructura productiva local, se convirtió, en el dominio de la nueva política de UTAA, en una oportunidad de anunciar el devenir de la lucha agraria por fuera del sistema de desplazamiento/permutación que antes la condicionaba. Porque la lucha agraria dejó de pensarse como un reclamo por tierras dentro del complejo agroindustrial y volvió a comportar la generalización de la consigna “tierra para el que la trabaja”, es decir, porque la lucha por la tierra se volvió política al atraer hacia sí la contradicción entre producción cañera y democratización de la tierra, por esto mismo, pudo introducir un nuevo horizonte de desarrollo de las capacidades organizativas del sindicato, el cual se plasmó en la consigna “por una reforma agraria real”. En cierto sentido, parece que la política instaura, en el seno de una coyuntura dada, aquel punto de contradicción que la política misma va a señalar como un callejón sin salida que amerita un enunciado “superador”, un salto cualitativo que reconfigura el campo de batalla. La contradicción producción cañera/democratización de la tierra nunca había aparecido en los juegos de permutación y desplazamiento que yo les relataba antes. En momentos anteriores del desarrollo de la situación, las contradicciones eran otras: acceso de los trabajadores a la tierra/expansión de la agroindustria azucarera; consumo productivo/consumo improductivo; capitalistas operantes/capitalista financiero; productores endeudados/compañía azucarera. Al enunciar los nuevos términos de una contradicción, la política realiza algo así como la sobredeterminación de la coyuntura actual desde una nueva disyuntiva que, para ser trabajada en un sentido transformador, precisa retirarse de la estructura (o del “complejo”) donde las contradicciones anteriores existían y se dirimían en nódulos dominantes sucesivos. 

Dejo resonando las siguientes preguntas de cara a la segunda etapa de nuestro encuentro: ¿la contradicción principal es lo que la política identifica y atrae hacia sí para sobredeterminarlo de algún modo y llevarlo a un punto de antagonismo o, alternativamente, la política transformadora postula la contradicción que ella misma va a trabajar; una contradicción que reordena la conflictividad anterior con arreglo a una nueva definición del antagonismo? La disyuntiva que les planteo deriva de una posible diferencia, o asimetría, entre dos enunciados en los cuales Althusser define cómo la política puede tornarse efectiva para promover el cambio histórico. El primer enunciado dice que “ella [la contradicción principal] constituye ese ‘eslabón decisivo’ que es necesario detectar y atraer hacia sí en la lucha política […] para tomar toda la cadena […] Ella [la contradicción principal] ocupa una posición nodal estratégica que es necesario atacar para desmembrar la unidad existente”. El segundo enunciado, tal vez no equivalente al primero, afirma que “la necesidad de pasar por el nivel distinto y específico de la lucha política” solo puede ser contemplada si encaramos la lucha política “no simplemente como un fenómeno, sino –presten atención a esto– la condensación real, el punto nodal estratégico en el cual el todo complejo (economía, política e ideología) se refleja”.

¿Les parece que hay equivalencia entre estos enunciados? La política como ataque a una posición estratégica por un lado y, por el otro, la política como punto nodal estratégico en sí misma. Al final, ¿qué permite a la política interrumpir el todo que conforma una época histórica y, apoyada en esta interrupción, ponernos ante la chance revolucionaria de ingresar a una nueva unidad de las prácticas humanas?

O Grupo de Estudos em Antropologia Crítica é um coletivo independente que atua na criação de espaços de auto-formação e invenção teórico-metodológica. Constituído em 2011, o GEAC se propõe, basicamente, a praticar “marxismos com antropologias”. Isto significa desenvolver meios para refletir, de maneira situada, sobre os devires radicais da conflitividade social contemporânea. Delirada pelo marxismo, a antropologia se transforma, para o GEAC, numa prática de pesquisa e acompanhamento político das alteridades rebeldes que transbordam e transgridem a pretensão totalitária do modo de produção vigente e da sua parafernália institucional.

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