Por Tomás Guzmán Sánchez
Foto de Sara Wiederkehr
Este acto de fotografiar lo inimaginable, de refutarlo, de romper con el aislamiento pese a todo el horror, pese a todo silencio – obligado silencio –, pese a todas las circunstancias y las consecuencias que el contexto imponía a los cuerpos de estas personas, se constituyó en un gesto cuyo objetivo era llamar la atención sobre aquel punto ciego que actuaba bajo la pretensión de negarse a sí mismo.
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Las cuatro fotografías tomadas por un miembro del Sonderkommando[1] de Auschwitz-Birkenau, un supuesto Alex[2], dentro de las instalaciones de este campo de exterminio ubicado en Polonia, en agosto de 1944, muestran la cremación en los pozos al aire libre de cuerpos inertes tras pasar por el proceso de gaseado y un convoy de mujeres en un bosque de abedules que probablemente se dirigían hacia dicha cámara (Didi-Huberman, 2011; Buchenrhorst, 2009, p. 27). Cuatro fotografías en cuyo encuadre y nitidez se plasmó la arriesgada maniobra que miembros del Sonderkommando debieron correr para capturar, de forma borrosa y con un encuadre desplazado[3] algunas imágenes que, como señala Didi-Huberman, le permitieran al tiempo – la historia – y al espacio – el contexto internacional – tratar de imaginar el infierno que era Auschwitz (Didi-Huberman, 2011, p. 17). La descripción de la secuencia de cómo fueron tomadas las fotos revela el contexto – y por otra parte la relación entre la imagen y los testimonios verbales o escritos como un entretejido de in-completitudes – y la intencionalidad o lo que los motivó a tan arriesgado acto:
La toma de vistas necesitaba un dispositivo completo de vigilancia colectiva. Se dañó intencionalmente el tejado del crematorio de manera que algunos miembros del equipo fueron mandados por las SS a repararlo. De este modo, David Szmulewski pudo hacer guardia desde allí arriba: observaba aquellos –especialmente a los vigilantes de los miradores contiguos – que precisamente tenían como tarea supervisar el trabajo del Sonderkommando. Escondida en el fondo de un cubo, la cámara llego a manos de un judío griego llamado Alex […] apostado más abajo, delante de las fosas de incineración, que supuestamente trabajaba en ellas con los demás miembros del equipo […]
El fotógrafo tuvo que esconderse en la cámara de gas apenas – quizás todavía no del todo – se habían retirado sus víctimas […] Tras esconder la cámara […] “el fotógrafo desconocido” se arriesga entonces a salir del crematorio. Bordea el muro. Gira dos veces a la derecha y llega así al otro lado de la construcción, al sur. Después, avanza hacia el bosque de abedules […] El “fotógrafo desconocido” toma las dos fotografías sin mirar, quizás mientras sigue caminado […] Después, Alex vuelve hacia el crematorio, probablemente por el norte. Le devuelve rápidamente la cámara a David Szmulewski […] La operación no habrá durado más de quince o veinte minutos. Szmulewski colocará de nuevo la máquina en el fondo del cubo. Se extraerá el segmento de película, se llevará al campo central y, finalmente, se sacará de Auschwitz […] Llegará poco tiempo después, el 4 de septiembre de 1944, hasta la resistencia polaca de Cracovia. (Didi-Huberman, 2011, p. 29 a 33)[4].
Este acto de fotografiar lo inimaginable, de refutarlo, de romper con el aislamiento pese a todo el horror, pese a todo silencio – obligado silencio –, pese a todas las circunstancias y las consecuencias que el contexto imponía a los cuerpos de estas personas (Didi-Huberman, 2011), se constituyó en un gesto cuyo objetivo era llamar la atención sobre aquel punto ciego que actuaba bajo la pretensión de negarse a sí mismo. Aquello que se conoció como «La Solución Final» y, por supuesto, los mecanismos para ponerla en práctica debían permanecer en el más absoluto secreto, hasta el punto en que, como señala Arendt, el lenguaje usado por los miembros del Servicio de Seguridad, SS, para referirse al asunto debía cifrarse de tal forma que:
difícilmente se encuentran documentos en los que se lean palabras tan claras como «exterminio», «liquidación», «matanza». Las palabras que debían emplearse eran «Solución Final», «Evacuación» […] y «tratamiento especial» (Arendt, 2003, p.54).
Así pues, esta Elocuencia del Diablo, como la llama Arendt (en: Didi- Huberman, 2011, p. 39), funcionaba para que no pudiera ser creíble aquello que sucedía en los campos de concentración como Auschwitz (Didi-Huberman, 2011, p. 38-39). Pero esto no significaba la negación de los campos, sino la relación entre la realidad que se vivía en los campos y el lenguaje empleado como estrategia para que lo sucedido no pudiera ser juzgado como un «crimen», es decir, una mentira (Arendt, 2003, p. 54-55), una maquinaria de desimaginación (Didi-Huberman, 2011, p. 38), donde todo rastro de lo sucedido en Auschwitz quedara para siempre ausente de sí mismo, en una atmosfera general de irrealidad (Arendt, 2005 p. 299).
El hecho que estas fotografías llegaran a la resistencia en Cracovia y, por medio de ellas, consiguieran reproducirse hasta alcanzar una zona más occidental del pensamiento, de la cultura, de la decisión política (Didi-Huberman, 2011, p. 37), muestra que la intención de tan arriesgado acto consistía en hacer palpable, en conseguir intervenir y agenciar la intervención sobre aquella realidad que, paradójicamente, debía permanecer secreta a los ojos de quienes eran los destinatarios del esfuerzo del Sonderkommando por capturar algo de lo que sucedía en Auschwitz. Y, aunque la palabra «solidaridad» parece esquiva, ya sea por su sentido incompleto, no total, polivalente o necesariamente fragmentado, a la intencionalidad que Didi-Huberman le atribuye a las fotos[5], el gesto que queda impreso en ellas es justamente el de crear un mecanismo para llamar la atención de un mundo externo, hacer imaginable lo que parecía imposible, sobre unas condiciones que se camuflaban entre las palabras y los setos que escondían las cámaras de gas de Auschwitz. En otras palabras, la acción de fotografiar lo que sucedía en las inmediaciones del crematorio V de Auschwitz consistió en un acto cuyo inicio es la empresa del Sonderkommando por hacerlo posible, llevarlo a instancias internacionales y convertirlo en un testimonio imagético de algo que parecía irreal; un acto político de resistencia contra el secreto. Pero el secreto no estaba destinado para quienes hacían parte de la realidad de los campos de exterminio, aunque estos, todos, debían creérselo (Ver por ejemplo: Arendt, 2003, p. 54-55; Arendt, 2005, p. 295-296), sino a quienes tenían la capacidad de intervenir sobre el proyecto nazi[6].
Por ello, lo que llama la atención del análisis propuesto por Didi-Huberman sobre las fotografías antes mencionadas es justamente que lo que se evoca en ellas es la intención de «dar a conocer». ¿Pero qué se buscaba «dar a conocer» con estas fotografías? Podría pensarse que al nivel de la experiencia lo que se buscaba «dar a conocer» era un determinado estado de «horror» que se vivía en los campos de concentración, y en continuidad con ello, en el nivel de la política internacional, se buscaba «dar a conocer» elementos que permitieran juzgar lo que allí sucedía y con ello generar acciones para intervenir sobre aquello que no podía ser enunciado como un «crimen» sino como un estado de «horror». En este sentido, lo que configura la acción solidaria pretensa en las hasta ahora cuatro fotografías (…) como acto, es la invocación de la intervención externa sobre un problema que permanece oculto para ella: lo que Didi-Huberman llama la zona más occidental (…) de la decisión política (Didi-Huberman, 2011, p. 37). Pero este acto de solidaridad tenía una cierta direccionalidad, se engendraba, por así decirlo, en las fauces del monstruo. Implicaba, de este modo, generar un «intersticio» que hiciera evidente los conflictos que este secreto traía a diferentes escalas: de ahí que estas imágenes hubieran sido conocidas pese a todo.
Bibliografia de Referencia
ARENDT, Hannah. Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal. Madrid: Lumen, 2003.
__________. Ensayos de comprensión 1930-1954. Madrid: Caparrós Editores, 2005.
BUCHENHORST, Ralph. Prefacio: Mesianismo y vida cotidiana. Caracterización del pensamiento de Walter Benjamin. En: Estética y política. Buenos Aires: Las Cuarenta, 2009.
DIDI-HUBERMAN, George. Imágenes pese a todo. Memoria visual de holocausto. Barcelona: Paidós, 2011.
Notas
[1] El Sonderkommando en Auschwitz-Birkenau, Según Didi- Huberman (2011, p. 18), se conformó por primera vez el 4 de julio de 1942 tras la selección de un convoy de judíos eslovacos destinados a la cámara de gas. El «trabajo» de estos Sonderkommandos, que después de un cierto tiempo eran asesinados y remplazados por otros, consistía, según Didi-Huberman, en: “[…] manipular la muerte de millares de sus semejantes. En ser testigos de todos sus últimos momentos. En estar obligados a mentir hasta el final […] En reconocer a los suyos y no decir nada. En ver entrar hombres, mujeres y niños en la cámara de gas. En oír los golpes, los gritos, las agonías […] En limpiar a chorro toda la sangre, todos los humores, todos los licores acumulados […] Extraer los dientes de oro para el botín del Reich. Introducir los cuerpos en los grandes hornos de los crematorios […] retirar las cenizas humanas […] Triturar los huesos […] hacer montones con todo ello, arrojarlos al río cercano o utilizarlo como material de nivelación para la carretera en construcción cerca del campo […]” (Didi-Huberman, 2011, p. 19-20).
[2] En el prólogo del libro: Estética y Política, que recopila cuatro ensayos de Walter Benjamin, Ralph Buchenhorst (2009, p. 27), al referirse a la polémica que las cuatro fotografías suscitaron en Francia con motivo de su exposición en: Memoire des Camps. Photographie des Camps de concentration et d´extermination nazis, y que constituye el contexto del libro de Didi-Huberman: La imagen pese a todo. Memoria visual del holocausto, señala que la autoría de las fotos pertenece a un miembro anónimo del Sonderkommando. Sin embargo, Didi-Huberman (2011, p. 29) -aunque, como se verá más adelante, se refiera a él como “El fotógrafo desconocido”-, le atribuye la autoría de las fotos a un judío griego de nombre Alex al que no se ha podido identificar debido a que no hay registro de su apellido.
[3] “En una de las fotos no se puede identificar nada excepto los contornos de unos árboles”, escribe Buchenrhorst (2009,p. 27) al respecto de las fotos.
[4] Didi- Huberman reconstruye la secuencia de cómo fueron tomadas las fotos valiéndose de testimonios recogidos en trabajos como los de Pressac (Ver: Didi-Huberman, 2011, p. 24) y Langbein (Ver: Didi-Huberman, 2011, p. 29).
[5] No obstante, Didi-Huberman, al hablar del papel del historiador en la reconstrucción de lo sucedido en Auschwitz y la relación entre lenguaje e imagen, argumenta que: “[…] en cada producción testimonial, en cada acto de memoria los dos –el lenguaje y la imagen- son absolutamente solidarios y no dejan de intercambiar sus carencias reciprocas: una imagen acude allí donde parece fallar una palabra” (Didi-Huberman, 2011 p.49; énfasis agregado). Podría pensarse que para el autor lo solidario es una relación de intercambio reciproco de carencias, en donde la ayuda mutua permitiría restablecer el sentido de un acto o de un hecho en el caso, por ejemplo, de la historia.
[6] No se trata de decir que en efecto las fotos tuvieron un resultado inmediato en la comunidad internacional o que estas fueron motor del desenlace del fin de la guerra. Como argumenta Didi-Huberman (2011, p. 60), estas fotos no aparecieron sino hasta el momento de la liberación de los prisioneros y sólo fueron usadas como testimonio hasta el juicio de Nuremberg.
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